El chaleco bomba

Daniel Márquez Soares

Los quiteños tenemos alma de terroristas suicidas. Con tal de golpear el ego de Rafael Correa, no tuvimos empacho en colocarnos ese chaleco bomba llamado Mauricio Rodas y apretar el detonador sin rechistar. Gracias a eso, habitamos hoy una ciudad que, pese a haber vivido dos booms petroleros, arrastrar cinco siglos de historia propia y contar con un paisaje bendecido, resulta irritantemente fea.

Vivimos en una ciudad descuidada y despreciada por todos, sobre todo por esa casta con complejo de rectora de la que el alcalde saliente es vocero incondicional. Sus habitantes lucen decepcionados y divididos, al punto de que parecería que nadie sabe por quién votar. Solo dos creencias nos unen; la primera es la insólita y acomplejada certeza de que en Guayaquil y Cuenca las autoridades han hecho mejor las cosas; la segunda, la convicción de que lo único que hace llevadero la vida en ciudad es una buena casa, un buen carro y buenos centros comerciales. De esa forma, al menos podemos encerrarnos en una burbuja que nos permita sentir que logramos huir de ese infierno de edificios improvisados, tráfico, baches, cables, veredas requebrajadas, ruido, contaminación y transporte público colapasado.

Pero los quiteños preferimos olvidar a conveniencia. Dentro de poco, de Rodas solo quedará de recuerdo un apodo cariñoso y un par de anécdotas que servirán para reírnos de nosotros mismos. Conducirá tranquilo por las calles de la ciudad, tendrá una vida productiva y próspera, aparecerá esporádicamente opinando en los medios y quizás resurja de vez en cuando en una que otra elección. Es mejor así. Si somos demasiado duros, tendremos que admitir que la culpa, a fin de cuentas, fue nuestra.

Es verdad que nadie nos quita la gloria de haberle clavado el primer alfiler a Correa. Lo malo es que es difícil encontrar verdadero consuelo en ello cuando caminamos entre los escombros. La conclusión lógica de votar por odio, conducido por el desquite, no es la gloria ni el reconocimiento, sino la amarga desesperanza que queda luego de que se asienta el polvo del derrumbe. Así somos.

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