Caretas

Por: Franklin Barriga López

Dicen los entendidos que hay diferencia entre caretas y máscaras: las primeras sirven para cubrir únicamente el rostro, las segundas pueden llegar a esconder todo el cuerpo. Lejos de estas minuciosidades, ambas tienen el mismo origen y representan ocultamiento de la verdadera imagen, por eso se oye “sácate la máscara”, “sácate la careta”, especialmente entre políticos y, sobre todo, politiqueros.

No es ninguna novedad la proliferación de disfraces de diversa naturaleza, singularmente en época de elecciones, en donde se ofrece el oro y el moro, sin el menor pudor, hasta alcanzar el triunfo en las urnas. Cuando acontece, la prepotencia y hasta el cinismo, en no pocos casos, acompañan luego a estos personajes hábiles en el arte del disimulo. En verdad, son raros, contadísimos, los que escapan a estas pantomimas donde abundan experimentados exponentes de la falacia y la corrupción.

El pueblo, influenciado por tales representaciones, grotescas cuando no bufas, va acostumbrándose cada vez más a este tipo de escenas. No le queda más que el infaltable circo ante la ausencia de pan; se desquita de las actuaciones de esos aprendices de saltimbanquis, alumnos de polichinelas, farsantes consumados, cuando busca caretas que les representen para exhibirlas con ironía, en busca del castigo que pocas veces les llega por la vía de las leyes, porque generalmente fugan antes de que aparezcan las sentencias condenatorias. La máxima realización es cuando en el ‘Año Viejo’, entre coplas y copas, se quema, aunque sea en monigotes, a quienes considera merecedores de las llamas.

Son diferentes las caretas que viven en escenarios del teatro político con aquellas, auténticas, que imperan en temporada de Inocentes, entre bailes y más festejos, dentro de añeja tradición que renace con cada año que pasa.

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