¡A la cárcel!

Kléber Mantilla Cisneros

Vestiduras rasgadas por un regreso de los que no logran perpetuarse sin esa red de corrupción que pretende condenar al país a un eterno infortunio. En buen romance, ¿cárcel para acoger al padrino, al jefe y capo, de delincuentes, defraudadores, saqueadores y desfalcadores de fondos públicos, de violadores de niños y acosadores?

Siempre la utopía del castigo merodea a quien pretende vivir bajo un odio lujurioso y el dogma clientelar, que refleja el desbarajuste total. Un fiscal probo o juez competente, si la justicia fuese imparcial, exigiría rendir cuentas ante pruebas explícitas de despilfarro y descomposición social.

La celda de Jorge Glas, gestor del delito de asociación ilícita en el caso Odebrecht, resulta hospitalaria para un compinche del extremismo fascista contagia. El retorno del narcisista impostor es por confundir el presente con su deplorable pasado: tachar la consulta popular, reavivar conflictos, pedir reelección indefinida, resucitar la sonrisita antipática y reciclar un futuro disgregado, empeñado y hecho trizas.

¿Acaso regresa a rendir cuentas: a devolver los 2.527,8 millones del IESS y aclarar las facturas pendientes con China? ¿A sanar culpas por los muertos del 30 de septiembre y los fraudes en las refinerías del Pacífico y Esmeraldas, las hidroeléctricas, el medio millar de enlaces ciudadanos y la quiebra de canales incautados? ¿Por TAME, Flopec, los helicópteros dañados, los patrulleros y chalecos policiales, valijas diplomáticas con droga, los hospitales y carreteras más caras del mundo? ¿Viene a contar qué hizo con el dinero del terremoto de Manabí, los edificios de Yachay y a enfrentarse con sus víctimas inconsolables, la prensa libre y el orgullo de millones de ecuatorianos decentes?

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