Haití, ¿destino posible?

El grito de auxilio de un gobierno que no lo es, que hace rato ya dejó de serlo, se hace oír dirigido a la comunidad americana y mundial, anunciando que no es capaz de cumplir ni las más elementales funciones de un Estado.

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En efecto, se ha declarado como Estado fallido, al no ser capaz, ni de imponer alguna forma de autoridad, ni mucho menos la semblanza de un sistema de justicia que permita la aplicación de la ley. Las dos funciones, por definición esenciales de un Estado, brindar un marco legal creíble y funcional, para un escenario de elemental seguridad jurídica como referente aceptado para las relaciones de las personas al interior de la sociedad, y el monopolio del uso de la fuerza, de ser necesario, para la vigencia del estado de derecho, por la exigibilidad de obediencia a la decisión de los jueces competentes o a la normativa jurídica, están más allá de las capacidades de quienes aparecen como la autoridad en el Haití de hoy.

El No estado

Ésta es una situación inusitada, agravada en el caso haitiano por la degradación que la institucionalidad ha sufrido, al punto que, hoy por hoy, los únicos operadores armados, actores de una violencia demencial, son las diversas bandas mafiosas, que a punta de fusil se reparten las parcelas de poder al interior de las ciudades, ya en franco proceso de desintegración. Los botines por los que se enfrentan a dentelladas, no hacen más que revelar hasta que grado la espiral de destrucción social puede llegar en un país, cuando éste resulta, por las razones sociológicas y antropológicas que se quieran esgrimir, incapaz de mantener ésas mínimas capacidades operativas antes mencionadas. Los despojos en disputa son las escuálidas remesas que aquellos afortunados que lograron escapar de Haití, logran enviar a sus familiares, solo para que les sean confiscadas por los pandilleros, que como hienas aguardan su llegada, o los más escuálidos aún ingresos por proteger alguna de las rutas del narcotráfico que pasan por el país, a sabiendas de la inexistencia de control de ningún tipo, ni para el ingreso, y menos para la salida. Más inquietante resulta saber que las mafias operan también el lucrativo negocio de la trata de personas, prostitución y tráfico de órganos a pedido. Hablamos ya de un conglomerado que dejó de ser una sociedad, retornando a la ley de la selva, la del utópico “buen salvaje” postulado por Rousseau y otros románticos incapaces de diferenciar sus imaginativas explicaciones y justificaciones, de las duras realidades que se producen cuando el básico contrato social deja de funcionar, borrando cualquier forma de solidaridad, que no sean lealtades tribales elementales a grupos cerrados encabezados por caudillos cuyas credenciales pasan por el ejercicio de la mayor brutalidad y crueldad posibles.

Un ejercicio de memoria

Vemos, o más bien dicho, queremos ver en el caso haitiano, una circunstancia lejana, ajena a las realidades que afectan a la región, a ésa Latinoamérica que desea verse a sí misma en una situación distinta, que habla de progreso y desarrollo. Con rotundidad se afirma que tal circunstancia es imposible de producirse fuera de Haití, que las realidades son otras y que semejante escenario es inconcebible.Si comenzamos a rascar las epidermis de la región, esa certeza sobre la imposibilidad de que lleguemos al caso haitiano, parecería no tener mucho sustento. Un análisis sencillo de las circunstancias por las que ha pasado el país antillano, nos permite encontrar varias similitudes inquietantes en la degradación institucional, la estructura del poder político, la influencia del elemento mágico religioso, dentro del cual se debe incluir al ideológico, por la naturaleza dogmática que adopta en nuestro medio, el sectarismo, la indiferencia ante el saqueo, el mesianismo exacerbado, la falta de movilidad social, que no sea a través del dinero fácil, colonial rezago del anhelo por el cargo público, fuente de prestigio y de ingresos “extracurriculares”.

Tan solo una asincronía.

Lo que cada vez salta más a la vista entre la circunstancia actual de Haití y la del resto de Latinoamérica, tal vez más marcadamente con el Caribe y Centroamérica, es una realidad asincrónica, con un Haití adelantado al tiempo histórico regional en su proceso de disolución como sociedad y país. La trágica dictadura de Duvalier (Papa Doc), envuelta en los terrores del vudu, de sus zombis muertos y de los vivos, los Ton Tons Macutes, temibles matones de Francois, para dar paso a la tragicomedia de su hijo y heredero Baby Doc, son el antecedente necesario para explicar el posterior desarrollo de la disolución estatal, y la paulatina desaparición de cualquier rezago de institucionalidad. El terremoto de 2010, de una intensidad significativamente menor al de Chile de ese mismo año, no hizo sino destacar la profundidad de las diferencias, y el altísimo costo de la indiferencia social por la falta de acciones preventivas sensatas y hasta elementales, estableciendo mínimos de seguridad en las edificaciones, para que no se vuelvan trampas mortales en eventos catastróficos. Tanto dictaduras militares como gobiernos civiles fueron de tumbo en tumbo, hasta que el año pasado se llegó a lo inconcebible, el asesinato del presidente de la República a manos de mercenarios contratados por sus enemigos políticos, abandonado a su suerte, junto a su esposa, por la propia Guardia Presidencial, que brilló por su ausencia mientras se concretaba el magnicidio.

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JOVENEL MOÏSE. FUE PRESIDENTE DE HAITÍ DESDE EL 7 DE FEBRERO DE 2017 HASTA SU ASESINATO EL 7 DE JULIO 2021.

El “Ortegato”.

El escenario caribeño, con experimentados dictadores de larga data, como Nicaragua, ha avanzado mucho en la ruta hacia el estado fallido. Daniel Ortega ha restablecido, en dos décadas, al país de Rubén Darío, a su habitual condición de feudo propio, de gran hacienda, tal como sucediera con la dinastía Somoza. Entre el “ortegato” y el somozato, las distancias son mínimas, si existen. El componente novedoso, es la incorporación de la santería a la panoplia de argumentos de dominio sobre la población. Es un curioso cocktail de “magia pseudorevolucionaria”, donde la esposa del dictador, es a la vez suma sacerdotisa de un extravagante “culto”, que, a diferencia del vudú haitiano, se ha ido alejando de la tendencia sincretizadora con el catolicismo, con el cual más bien ha entrado en conflicto, para satisfacción de evangélicos y otros cristianos reformados. Como la Guardia Nacional, antecesora del Ejército Sandinista actual, la fuerza armada nicaragüense es un ejército de ocupación, al servicio del dueño y patrón del feudo, Daniel Ortega e hijos, Inc.

La “finca ermitaña”.

A excepción de con los estados autoritarios más rancios, Nicaragua se ha ido encerrando en sí misma, al mejor estilo del propietario actual de Corea del Norte, en una suerte de “finca ermitaña”. Ha sido uno de los 5 países (Norcorea, Siria, Bielorusia y la propia Rusia), que ha votado en contra de la Resolución de Naciones Unidas condenando a Rusia por la anexión de 4 regiones de Ucrania, en manifiesta violación de la Carta del máximo organismo mundial, en contra de toda norma de derecho internacional. Además de haber expulsado al Nuncio en meses pasados, ha hecho lo mismo con la embajadora de la UE, y con varios otros gobiernos democráticos. Todos los opositores o han sido encarcelados o han debido tomar el camino del exilio, junto con más de cien mil ciudadanos que salieron de un ex país, convertido en un gran campo de concentración.

El “salvador”

En el país homónimo, otro “hombre fuerte”, el providencial presidente Bukele, ha vendido con todo éxito su figura redentora, una suerte de flamígera espada del Señor, presta a cortar las cabezas de aquellos pandilleros con los que contó para su elección y negocio en la trastienda su impunidad, a cambio de que se mataran con decoro y discreción. A la vuelta de un par de años, ya Nayib logró establecer su control absoluto del legislativo y del poder judicial. Rápidamente abrió el camino para mantenerse en el poder, a través de, oh coincidencia, una reforma constitucional que lo faculta para presentarse de nuevo como candidato. Mientras tanto, se ha valido de cualquier medio para meter en cintura a las pandillas, para convertirlas, como en otros países de Centro y Sudamerica, en operadores políticos a su servicio.

Cavando en Honduras.

Con el anterior presidente hondureño encarcelado y extraditado a Estados Unidos, por graves acusaciones de narcotráfico, con su hermano cumpliendo ya sentencia en USA por similares motivos, la nueva presidente ha reafirmado su cercanía ideológica con Ortega y con Maduro nada menos, con quien se habrá alegrado seguramente por la liberación de los “narcosobrinos”, canjeados por unos ciudadanos americanos detenidos en Caracas. Honduras es otro eslabón de la poderosa cadena que el crimen organizado ha construido en Centroamérica, donde el poder de las pandillas es decisivo. Es otra de las rutas por las cuales circula el tráfico de drogas y de seres humanos, ambos con destino en Estados Unidos, visto por los tres regímenes como un enemigo ideológico al que se debe combatir, pese a que un alto porcentaje de sus ingresos de divisas duras, provienen de las remesas enviadas por los migrantes forzosos, que han ido a buscar un futuro menos incierto donde los aborrecidos gringos y no donde sus admirados aliados, en Cuba, Rusia o China

¿Abrazos y no balazos ?

Qué decir de México, con buena parte de sus estados norteños o de la costa pacífica ya en poder de las mafias narcotraficantes y de los coyoteros, que han logrado imponer su ley sobre una población aterrorizada, consciente de que sobrevivir es someterse, pues, como se ha hecho evidente en múltiples eventos, las bandas criminales han obligado a bochornosas retiradas de las fuerzas armadas nacionales, tras superarlas en poder de fuego, conocimiento del terreno y capacidad táctica.

El presidente López Obrador, cuya anunciada política de “abrazos y no balazos” al parecer no ha sido acogida por los delincuentes, se aprovecha hoy, luego de haber ofrecido repetidamente en su campaña electoral, el regreso del ejército a sus cuarteles, por todas las fundamentadas dudas sobre el tétrico historial de las Fuerzas Armadas en violaciones a los derechos humanos, y que incluyen las matanzas de los estudiantes de Atzozinpa, y de corrupción institucional interna, para militarizar aún más el país, al subordinar la recién creada Guardia Nacional al mando militar. Dicha Guardia se había creado a cuenta de la corrupción policial, como entidad autónoma, para luchar contra el crimen y el narcotráfico.

Hoy pasa a depender de un mando militar en entredicho, a disposición del Presidente justamente por su debilitada imagen institucional. El mensaje es bastante claro, todo el poder emana de la voluntad presidencial, del líder inspirado. El 27 de éste mes, se recuerda el centenario de la “Marcha sobre Roma”, cuando Mussolini se proclama como el Duce, el guía y líder del país. Se quedaría en el poder durante algo más de 20 años, iniciando el ciclo del fascismo europeo, que culminará con la II Guerra Mundial, sus 50 millones de muertos y los horrores del Holocausto.

Los riesgos del militarismo.

Hacia allá llevan los militarismos, inicialmente fundados en las demandas de orden y seguridad. De allí se llega a la dictadura perfecta, en la que el poder se traslada a las fuerzas armadas y a los aparatos de seguridad, especialidad en que las dictaduras autoritarias han logrado un alto grado de efectividad, ante la absoluta falta de escrúpulos para encarcelar, torturar y matar, que es parte de su esencia.

La demostración más clamorosa es la de otro “estado fallido” Venezuela, capturado por el crimen desde las más altas esferas del poder, donde las fuerzas armadas se convirtieron, además de ejército de ocupación, en sede de variadas organizaciones criminales de amplio espectro, desde la protección a las rutas del narcotráfico hacia el Caribe y Centroamérica, hasta la explotación del oro y del coltan, con mano de obra indígena esclavizada por éstos modernos negreros. De hecho, las fuerzas armadas venezolanas son la cabeza visible del poder criminal, actuando abiertamente como tales. Las cercanías del régimen con organizaciones crimínales internacionales, incluso terroristas, como Hezbolá, se exhiben como “lucha antiimperialista” por los propagandistas del régimen.

Como en Haití, la sociedad ha sido capturada por el crimen, para ser sumida en la más abyecta miseria en uno de los países más ricos del mundo. Quien diga que lo de Haití no es un proceso replicable en el resto del continente, no pasa de ser ilusión, “wishfull thinking”, declaración de buenos deseos. Las evidencias apuntan hacia otra realidad, tal vez demasiado angustiante como para afrontarla.

Dr. Alan Cathey