La ciudad y sus muros inciertos: la nueva novela de Murakami

Martín Riofrío Cordero

 Nunca antes había leído a Murakami. Eso sí, muchas veces me lo recomendaron. Muchos lectores que aprecio, me habían dicho que es un escritor que se caracteriza por la creación de mundos vastos y complejos. Ficciones que no temen cruzar la línea de lo fantástico para proponer reflexiones sobre la condición humana y los problemas que vivimos. En concreto, sobre las grandes discrepancias que existen entre lo que hacemos y lo que pensamos.

Ahora que he leído su última novela: ‘‘La ciudad y sus muros inciertos’’ (publicada por Tusquets en este 2024), me doy cuenta de que la literatura de Murakami propone eso y mucho más.

En ella, el narrador narra la historia de cómo se enamoró de una chica en la adolescencia. Ambos, que se conocen en un concurso estudiantil de redacción, comienzan, de un momento a otro, a intercambiar cartas y encuentros. Unas veces sentados en el parque, y otras veces, a las orillas del río. Un día, sin embargo, ella le hace una confesión que lo desconcierta: la persona que él conoce, en realidad no es la verdad. La persona real detrás de la chica de la cual se ha enamorado vive en una ciudad remota y desconocida, donde trabaja como bibliotecaria. Él, interesado en ella, le va haciendo preguntas sobre ese lugar. De este modo, la novela transcurre entre los encuentros de los adolescentes enamorados, y la descripción de la ciudad que el narrador, muchos años después, habiendo perdido ya el contacto con ella, logra conocer. Se trata de una ciudad rodeada por muros infranqueables, cuyo requisito para entrar, es deshacerse de la sombra de uno mismo.

En esta ciudad él la encuentra. Halla a la persona real detrás de la chica que se enamoró -y que aún ama- de joven. Pero ella, al igual que los demás habitantes, tienen un comportamiento extraño. Viven como autómatas. Se limitan a realizar sus quehaceres diarios, sin ningún tipo de curiosidad o de duda. En uno de sus intentos por descubrir más sobre la ciudad, el narrador intenta realizar una especie de mapa a través de los muros. El resultado es inútil: se da cuenta de que los muros, a pesar de sus mediciones, se mueven todos los días. No conservan una forma estática. Son imposibles de medir.

Estos muros, al igual que la novela, me parece que abordan una cuestión de fondo: la de los marcos mentales. Este concepto fue creado por George Lakoff, un lingüista estadounidense que los define como universos simbólicos que ha ido creando la sociedad para conceptualizar y asociar ideas. En otras palabras: los modelos de pensamiento que tenemos y que nos han sido transmitidos de generación en generación. Estos pueden ser cuestiones de religión, de amor, o incluso de sexualidad que inciden en nuestro día a día y en la manera en que afrontamos al mundo y a los demás.

En este sentido, Murakami nos habla de nosotros mismos. De los muros -marcos mentales- que están tan arraigados en la cotidianidad y nos resulta difícil, o de plano, imposible abandonar. Los habitantes de la ciudad son quienes viven sin una chispa de cuestionamiento e incredulidad, y el narrador, visto con extrañeza, representa a aquellos que se atreven a pensar distinto.

Aquellos que a menudo reman a contracorriente.

Aquellos que hacen, incluso, descubrimientos que revolucionan el estado natural de las cosas, y perduran.