Me jubilé y sigo trabajando

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Carlos Freile

(Aclaración previa: Hace unas semanas un colega de la Universidad me pidió asistir a un coloquio para hablar de mi trabajo después de la jubilación. No pude hacerlo por motivos de calendario y me sugirió que escriba algo para leerlo en el coloquio. Así lo hice, pero nunca me mandó el correo para responderle con el texto. Por eso, aprovecho la celebración pasada del Día del Trabajo para homenajear a todos los trabajadores de cualquier actividad.) Debo comenzar con una afirmación rotunda: me jubilé por un mero acto burocrático, de cuyo origen prefiero no acordarme. Con esto quiero decir que en mi fuero interior y en mi actividad intelectual no me he jubilado ni me jubilaré jamás. ¿Por qué? La respuesta es sencilla, pues mi trabajo no ha sido ni es el medio para ganarme la vida y llevar el pan a mi hogar, para expresarlo de la manera común, sino la forma misma de vivir. Si se me permite copiar a Saint-Exupéry, mi actividad de profesor y mi vivencia como persona se mezclan sin poderlas diferenciar, por eso pongo en ella toda la pasión de que soy capaz; además, tengo la íntima y férrea convicción de que ningún hombre digno se jubila ni de sus más profundos pensamientos ni de sus más ardientes pasiones; una de mis pasiones es enseñar y morirá conmigo, sin jubilaciones previas.

Cuando comencé mi labor como profesor universitario, hace casi cincuenta años, antes lo había sido en colegios, gran parte de lo que transmitía a mis estudiantes provenía de fuentes externas, tanto mis propios profesores en mi carrera universitaria como las fuentes primarias y secundarias (al principio más abundantes estas que las primeras en mis clases de Historia); pero con el correr de los años se fue decantando en mí una visión personal de la realidad, ya en los hechos del pasado, ya en las experiencias fundantes de la persona, como paso a explicar.

En mi carrera como profesor universitario he abarcado dos grandes campos: la Historia y la Filosofía (de hecho comencé mi actividad con un curso de Historia de la Iglesia en la PUCE y al poco tiempo sumé otro de Filosofía Griega allí mismo). Poco a poco, en el campo de la Historia no solo tuve la suerte de contar con buenas bibliotecas, entre ellas la de mi padre, sino que accedí a la investigación en archivos a los pocos meses de iniciar mi carrera docente. Esta circunstancia fue formando una visión personal del pasado, no pretendo que haya sido innovadora o revolucionaria, sino simplemente propia, no dependiente en demasía de historiadores sobresalientes. En el ámbito de la Filosofía, por razones complejas y que escapan a esta confesión, cuando enseñaba Historia de la Filosofía Antigua y Medieval, inicié el dictado de un seminario sobre “El Principito” de Antoine de Saint-Exupéry hace unos cuarenta años, pero fuera de la universidad; también en este caso al principio seguía muy de cerca las enseñanzas que sobre este cuento recibí en la Universidad Católica de Valparaíso de un formidable maestro; pero con paso del tiempo me fui metiendo en el análisis y lo volví más personal.

A dónde quiero llegar: a que en mi vida académica he alcanzado la etapa en que ya tengo algo que decir desde mí mismo, desde mi propia perspectiva; no doy clases para repetir lo que otros ya han pensado, sin dejar de reconocer la permanente y honda huella que varios maestros han dejado en mí, sino para aportar con mi grano de arena a la dura experiencia de los jóvenes de irse encontrando y construyendo a sí mismos.

Espero que no se tome esta actitud como muestra de simple vanidad, pues también encierra el anhelo de cumplir con el deber de todo ser humano de contribuir con su aporte personal en cualquier actividad: todos tenemos la obligación de dar lo poco o lo mucho que en nosotros hay de nosotros mismos, único, irrepetible, irremplazable.

Dado que ese aporte puede seguir siendo útil, pues así me lo hacen saber mis antiguos alumnos, continúo en el empeño. Mientras vea prenderse una chispa de luz en los ojos de un estudiante a raíz de alguna reflexión de mi parte, nunca llegará ni el cansancio ni el pesimismo.

Para terminar: tampoco he dejado mis otras labores intelectuales, sigo con mi colaboración semanal en este diario, con un programa también semanal en una radio, con un artículo quincenal en una página web parroquial, con charlas a diferentes grupos de personas, dos o tres veces por semana, dicto conferencias, asisto a congresos académicos y, claro está, no he dejado la escritura de artículos académicos y libros; ya he publicado más de una docena de estos y tengo uno listo para la imprenta. Mientras tenga algo que decir, y Dios me dé salud y vida, seguiré con la mano en el arado.