¿POR QUÉ SEREMOS ASÍ?

¿DÓNDE NOS ENCONTRAMOS? Estamos, queramos o no, inmersos en una realidad capitalista, hecho histórico inevitable, que ha configurado, a pesar nuestro, una cultura consumista, individualista, hedonista, yoista… medida por el aparente éxito, los teneres, el poder, las relaciones, las apariencias, y para conseguirlo utilizan las metodologías y herramientas que la misma realidad, lícita o ilícitamente, pone a disposición de la población.

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Unos las consiguen con más facilidad, otros con menos y algunos nunca. En ese ir y venir se desenvuelve la sociedad. En ese escenario se construye o destruye la vida, allí se cuajan las igualdades y desigualdades, allí habitan las justicias e injusticias, allí se manifiesta la pobreza y la riqueza, allí se concentra el poder en unos pocos, allí se socializa la pobreza, allí se manipula la palabra, allí se fabrican engaños, allí se oculta información…

Ese escenario, complejo y complicado de descifrar, es la gran vía por la que circula la vida de toda la población. Unos viajan en cómodos y costosos vehículos por autopista, otros en autos cómodos por vías asfaltadas de dos carriles, muchos en transporte destartalado en carreteras lastradas y la gran mayoría a pie van por chaquiñanes. En esa vía de la vida se encuentran y desencuentran muchas formas de ser y de actuar. Allí nos sale lo que somos, lo que hacemos, lo que aspiramos, lo que soñamos, lo que comunicamos o ignoramos Allí nos realizamos o nos frustramos. O a veces nos quedamos en pausa, fuera de juego. Hay un Ethos detrás de todo esto. “El ethos tiene un doble origen epistemológico. Por un lado, significa refugio (presencia de nosotros en el mundo) y, por otro, significa arma (presencia del mundo en nosotros). Nosotros dejamos nuestra huella, positiva, negativa, neutra, notoria o desapercibida en el mundo. El mundo también hace lo suyo en nosotros, nos marca sin que nos demos cuenta, a través de la “educación” nos configura para ser funcionales al sistema, nos enseña lo que les interesa que sepamos… Muchas veces, sin darnos cuenta, somos ya engranajes de un gran sistema que tiene objetivos y fines bien definidos y establecidos.

El ethos barroco “representa una actitud paradójica: sabiendo que el valor de uso está plenamente sometido a la dinámica propia de la ley del valor, y sabiendo que esa relación social no se puede superar sin más ni más, intenta, no obstante, vivir lo verdadero en el seno de lo falso.” (Bolívar Echeverría). Algo así como hacer vivible lo invivible. En esa realidad nos movemos cotidianamente. Sacamos “fuerzas de flaqueza” para enfrentar todo lo que se presenta y lo que se viene sin que nos demos ni cuenta, pero llega.

SOMOS SUMA Y RESTA

Los ecuatorianos al igual que en algunos países latinoamericanos hemos ido construyendo culturalmente el ethos a través de la historia. Somos, aunque lo desconozcamos o nos neguemos a aceptarlo, una suma y resta de un sinfín de culturas, de costumbres, de tradiciones, de sabores, de decires, de memorias, de olvidos, de recuerdos… por allí nos hemos ido configurando paulatinamente y a través de la historia hasta llegar a ser lo que somos ahora.

Cada etapa de nuestra historia, desde los Quitu Caras, pasando por todos los pueblos ancestrales, el incario, la colonia, la independencia y la república han hecho lo suyo y han puesto su aporte para, poco a poco, llegar a ser lo que somos y hacemos. Hay un vendaval muy complejo y complicado de entender. Somos la suma, resta, multiplicación y división de una multiplicidad de acontecimientos políticos, económicos, sociales, culturales, religiosos… Por eso aunque “venimos” de un mismo tronco común, nos negamos a aceptar esa realidad y por ahí se fugan las supuestas diferencias que a unos les hacen mejores que a otros, muchas de estas apreciaciones se han dado por los teneres, por el color de la piel y de los ojos, por las influencias que tienen, por los contactos que manejan, por la información que poseen, por los privilegios que creen tener, por los abusos que comenten…

“Es como buscar una aguja en un pajar” el descifrar y entender por qué somos así en Ecuador. Toda reflexión, todo análisis, toda investigación académica queda corta y es insuficiente para comprender y encontrar las causas que generaron esta “disfuncionalidad nacional” que le tiene a la Patria en las cuerdas. Si miramos someramente la realidad sentimos que se cae a pedazos el país, que las instituciones han perdido credibilidad, que el pueblo dejó de creer y confiar en los gobernantes, de alguna manera se esta normalizando la violencia, aceptando el sicariato, cotidianizando la corrupción y la impunidad. “El vivo vive del tonto y el tonto de su trabajo” es una especie de contrato social que voluntaria o involuntariamente hemos firmado, con consentimiento o sin él.

LO MICRO SE REFLEJA EN LO MACRO

Lo que pasa en las “alturas del poder” pasa en las relaciones humanas y sociales que diariamente se desarrollan en todos los ámbitos de nuestro quehacer. Allí medimos fuerzas, allí imponemos, allí abusamos, allí aprovechamos, allí sacamos tajada, allí vilipendiamos, allí atropellamos, allí sapeamos, allí holgazaneamos, allí estafamos, allí engañamos, allí usamos el poco o mucho poder que tenemos para beneficiarnos perjudicando al más humilde y sencillo. Con el pasar de los años la sociedad ha evolucionado negativamente, esas manifestaciones de vecindad, de solidaridad, de camaradería se han ido extraviando paulatinamente, queda algún vestigio en algunas comunidades indígenas y en algunos barrios populares.

En la clase media y alta cada uno vive lo suyo y lucha por alcanzar sus metas sin pensar en los demás. Máximo hay cercanía con familiares y uno que otro amigo íntimo. Es una lucha sin cuartel por lograr sus metas. En esa cotidianidad en la que nos desenvolvemos nos encontramos a cada paso con “la viveza criolla”, “el compadrazgo”, “el palanqueo”, “el caciquismo”, “la sapada”, “el amiguismo”, el estacionar el auto donde quiera, el irrespetar las leyes y normas de tránsito, el sacar a la mascota a que defeque en las veredas y parques, el botar la basura en cualquier parte, el escupir y orinar en las calles, el apropiarse del espacio público, el poner música a todo volumen, el pitar por si acaso, el despreciar al humilde, el creerse crema y nata, el longuear, el engañar, el darse a importante… son parte de nuestro comportamiento diario, aceptado socialmente y que ya no nos inquieta ni preocupa. Esta normalizado y aceptado. Unos más otros menos, todos, sin excepción, consciente o inconscientemente, tenemos algo de esto. Es un serio “intento de vivir lo verdadero en un mundo de lo falso”.

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¿QUIÉN RECLAMA?

Casi nadie se inmuta o reclama si alguien hace algo que está fuera de la ley o de la norma ética. Desde el “funcionario público” con cierto poder que abusa de los bienes del Estado para beneficio personal hasta la tendera que le despacha una libra de 13 onzas, pasando por el “vivísimo” que en vez de hacer cola en la vía para girar por donde corresponde, se burla de los demás y burlando la ley se pone primerito sin importarle nada ni nadie, los comerciantes que se apropian del espacio público, los automovilistas que estacionan sus autos en las aceras y un sinnúmero de atropellos más que son notorios cuando nos desplazamos por cualquier ciudad o pueblo de nuestro querido Ecuador.

Esto pasa entre nos. Esto no sale ni se publica en los medios. Ya ni siquiera nos preocupa ni inquieta. Socialmente está aceptado. Esa realidad que se da en la población se replica en las instituciones gubernamentales y privadas. En el tapete público y bien expuestos, aunque parece que no se dan cuenta o se hacen los giles, están los políticos, politiqueros y anexos. Muchos encarnan esa “viveza criolla” galopante, varios son cachiporros del palanqueo, otros adalides de la inoperancia, varios portaestandartes de la incapacidad, vivísimos para una sapada, linces para un negociado, expertos en corrupción, campeones para torear la ley y encontrar atajos que les favorezcan. Aunque cuando salen en los medios son los más pulcros. En los discursos tienen al pueblo en la punta de la lengua, aunque en su accionar les vale un rábano. Son campeones para tomar el nombre del pueblo en vano.

¿QUIÉN LES PUSO EN EL PODER?

Debemos recordar siempre que llegaron al poder gracias a nuestro voto, muchas veces hasta campaña hacemos por ellos. Si nos venden humo, les compramos, aunque nos engañen, nos empeñamos en creer que nos dicen la verdad. Son súper amiguis mientras están en campaña, si ganan la elección, se transforman y nos desconocen, automáticamente dejan de saludar, el si te he visto no me acuerdo es el denominador común. Llegan al poder y se encierran en las cuatro paredes de ese espejismo pasajero. Son los todopoderosos, creen que lo pueden todo. Empiezan a gobernar sin el pueblo, con adulones a su alrededor, allí se enredan, se tropiezan, se auto engañan, aunque creen que están en la gloria terrenal. Al constatar esa realidad, nos escandalizamos, ponemos el grito en el cielo, les censuramos, les insultamos, les descalificamos…, razones nos sobran para ello, porque sus actuaciones dejan mucho que desear, porque nos sentimos engañados, porque se aprovechan de esos puestos para sacar prebendas personales, porque se olvidan de trabajar por el pueblo, porque incumplen lo ofrecido en campaña, porque vemos que nuestro cantón, provincia y país va de mal en peor.

ELLOS SON LO QUE SOMOS NOSOTROS

Nos preguntamos ¿por qué serán así? Buscamos respuestas por todo lado. Sin embargo, la respuesta es innegable. Ellos son lo que nosotros también somos, solo que sus actuaciones, al estar sometidos al escarnio público, son más notorias y evidentes. Ellos salen de nuestras filas, de nuestros barrios, de nuestra vecindad, de nuestros colegios y universidades. Llegan a esas posiciones porque los elegimos en unas elecciones en que les pusieron de candidatos quienes manejan los partidos y movimientos políticos. Son, aunque lo neguemos, hijos de la misma tierra, de la misma cultura, con las mismas costumbres, las mismas mañas, las mismas taras y hasta las mismas virtudes. Ellos hacen en grande, lo que diariamente hacemos en pequeño. Cualquier acto que está al margen de la ley o es fruto de una viveza criolla, un palanqueo o sapada es contrario a la ética pública y privada, gangrena el tejido social, degenera la estructura socioeconómica, degrada el sistema cultural. Conduce, silenciosa pero poderosamente, a todo el país a una desinstitucionalización acelerada, le sumerge en una crisis sostenida y de consecuencias insospechadas. Estamos en esta ruta.

Osvaldo Fierro