Un momento para la unidad y la reconciliación

Por momentos, el clima político y social del país se torna tan turbio que cuesta recordar cuándo fue la última vez que la paz y la unidad primaron entre nosotros. La crispación se torna habitual, al punto de convencernos, equivocadamente, de que hemos estado desde siempre condenados a vivir sumergidos en una pugna infinita. Esa congoja no puede perpetuarse.

A veces, la memoria ayuda a recuperar la esperanza. Los ecuatorianos sí hemos sido capaces, en más de una ocasión, de dejar a un lado nuestras diferencias y abrazar la unidad. Algunas veces, movidos por un objetable ánimo combativo —como ante agresiones externas o los alzamientos ciudadanos ampliamente mayoritarios que pusieron fin a gobiernos impopulares—, pero otras en nombre de causas absolutamente nobles, como se vio durante el terremoto de Pedernales o en los primeros días de la pandemia de la COVID-19.

Ecuador está viviendo una época que, probablemente, los estudiosos del futuro juzgarán como una etapa particularmente dura de nuestra historia. Sin embargo, más allá de las pequeñeces que nos dividen, todos coincidimos en cuáles son los desafíos verdaderamente importantes que enfrentamos —la pobreza extrema, la seguridad, el desempleo, la desnutrición infantil—. En más de un sentido, los ecuatorianos estamos atados entre nosotros por indisolubles lazos culturales, históricos y geográficos. Esta es una buena fecha para volver a colocar a las diferencias dentro de los sanos límites que les corresponden y enfatizar que la paz, la reconciliación, la unidad y el perdón siempre deben ir primero.