Sin inversión pública, pero con el ojo sobre la reelección

La obsesión por la reelección comienza a pasarle factura al Gobierno. La permanencia en el poder, de llegar a darse, debería ser el resultado de una conducción adecuada del país y representaría la posibilidad de perseverar en un plan construido alrededor de objetivos definidos. Sin embargo, al hacer de la reelección un fin en sí mismo —en lugar de un medio— el régimen prioriza los golpes de efecto, los mensajes ambiguos y las invocaciones sentimentales. En lugar de un trabajo meticuloso e intersectorial, levantado en función de un proyecto claro, lo que se observa es un énfasis persistente en la imagen presidencial. Sin ideas claras, sin norte y sin un equipo diestro, el régimen luce errante, dedicado a perseguir la victoria en las urnas solo por no saber qué más hacer.

El deprimente panorama de la inversión pública es el mejor ejemplo. Pese a que ha transcurrido ya el primer trimestre, se ha ejecutado apenas el 5% de un presupuesto que, ya de por sí, es bajísimo. La precaria situación de la infraestructura vial es de sobra conocida y los cálculos más conservadores hablan de una necesidad de $7 mil millones en obras; aun así, el régimen apenas ha gastado $50 millones en lo que va de 2024. ¿Cómo es posible que, al mismo tiempo que se muestra hambriento de recursos y se entrega a aumentar impuestos, el Gobierno no ejecute lo ya asignado para necesidades urgentes? La respuesta evidente, pero no por ello menos preocupante, es que el equipo de gobierno no parece tener ni la prisa ni la experiencia necesaria para hacerlo. Es cuestión de tiempo antes de que la ciudadanía haga oír su voz.