Quito ante una nueva elección

Quito se ha convertido en un desafío administrativo y político que no encuentra un líder o lideresa a su altura. Resulta difícil mantener vivo el recuerdo de cuando la Capital era una ciudad funcional, cosmopolita, optimista, ambiciosa, apegada a una planificación, con empresas municipales razonablemente eficientes, administraciones asesoradas por expertos y una infraestructura pública no tan desvergonzadamente fea y cicatera. Las nuevas generaciones crecieron en una metrópoli en descomposición.

En términos políticos, la capital entró en crisis desde que alcaldes inexpertos comenzaron a subestimarla y tratarla como un simple peldaño para catapultar su carrera política.

Dejó de ser conducida por administradores eficientes con tacto y sentido común, para quedar en manos de hombres preocupados apenas por su imagen y popularidad, presas fáciles para grupos económicos que, coherentes con su misión, buscan aumentar su lucro y reducir sus costos hasta donde el poder político lo permita. El resultado es una ciudad retazada, desfigurada y expoliada en la que vivir es cada vez menos placentero.

Abnegados coautores de este deleznable capítulo de la historia de la Capital han sido los partidos y movimientos políticos que no han tenido empacho en dar su beneplácito a personas inaptas y le han cerrado las puertas a candidatos competentes. Con cada elección, renace entre la ciudadanía la esperanza de romper el maleficio; quizá, esta vez, los quiteños podrán elegir entre un par de candidatos competentes y honestos.