Nuevo escándalo

Los sucesivos escándalos recientes nos recuerdan que hoy los estafadores y charlatanes pueden hacer un daño exponencialmente mayor que en el pasado reciente gracias a las nuevas tecnologías de información y comunicación. Cualquier ciudadano inescrupuloso, con afán de aprovecharse de la codicia e ignorancia de sus compatriotas, puede hacer hoy que hasta los más icónicos timadores de nuestra historia, como el ‘Cuentero de Muisne’ o el notario Cabrera, luzcan como principiantes.

En este mundo de la imagen y la interconexión, no tiene sentido querer prevenir las estafas por medio de censura o endurecimiento de penas; la única solución es reforzar en el sistema educativo la educación financiera básica para la ciudadanía. Todo ecuatoriano debería comprender cómo funcionan, en realidad, la moneda, la banca, los intereses, el ahorro y la generación de valor, tanto en el mundo como en el país. Son conceptos fáciles de entender —tal y como se aprecia en aquellos países con firme tradición bancaria y comercial— pero que, desde que se dotó a la economía y a las finanzas de esa mística artificial tan conveniente para políticos y estafadores, muchos niños y jóvenes ya no los aprenden porque ni sus padres ni profesores las dominan.

Cualquier reparo que puedan tener a corto plazo la clase política, los economistas supersticiosos o el sector bancario con respecto a empoderar masivamente a la población en temas de finanzas por medio de la educación se verá ampliamente compensado por los beneficios, a largo plazo, de contar con una población que sabe reconocer una estafa a primera vista y que entiende que la alquimia —el generar riqueza por arte de magia, sin trabajar ni robar— es imposible.