El presidente Guillermo Lasso, en su más reciente entrevista, cayó en la trampa que tanto persiguen sus opositores: convertir a la consulta popular en una emotiva disputa sobre personas y nombres, no sobre ideas. Al ser consultado sobre la supuesta red de corrupción en la Empresa Coordinadora de Empresas Públicas (EMCO), descartó su existencia e, innecesariamente, atacó a los denunciantes. “Lo que hay es una intención de mover el agua en un estanque lleno de lodo para ver qué pescan”, afirmó, y aseguró que detrás de la acusación estaban “aquellos que tienen miedo sobre todo a la primera pregunta de la consulta, a la extradición”.
Igualmente, al ser consultado sobre la inseguridad, el Presidente la minimizó: “esta violencia, que se focaliza fundamentalmente en el sur de Guayaquil y en Esmeraldas, está asociada a ajustes de cuentas entre las bandas”. Luego, cometió la imprudencia de restar importancia a las víctimas de la violencia; a “una persona, un ecuatoriano común que vive de su trabajo, que tiene su familia —yo le diría— no tiene que sentir temor”, osó en garantizar.
Erra el Presidente en acusar a todo opositor o crítico de ser narcotraficante —con la misma falta de pruebas y ligereza que critica en sus denunciantes— o, peor aún, descartar a toda víctima de la delincuencia como ciudadano de segunda clase.
En plena campaña electoral, mediante adulaciones y reproches, intenta atraer al periodismo hacia una militancia tan perniciosa como imaginaria. Con esto, el mandatario alenta una reacción igualmente visceral y apresurada, que empobrece el necesario debate sobre la consulta que tanto requiere la ciudadanía.