Pinky y Cerebro

Nicolás Merizalde
Nicolás Merizalde

Esta semana se reunieron y deshicieron en elogios mutuos los autócratas: Vladimir Putin y Kim Jong-Un. Parecían dos adolescentes retraídos y castigados que a falta de mejores opciones no les queda otra que estrechar lazos y unir fuerzas para tratar -como Pinky y Cerebro- de conquistar el mundo.

Resulta incompleto reducir la lectura de los acontecimientos a un remake de la Guerra Fría, porque el centro de la disputa no está en la lucha de dos posiciones ideológicas contradictorias sino en la resurrección de un juego geopolítico complejo con una telaraña de intereses muy matizados. No obstante, escuchar los ecos es inevitable. 

Esta misma semana, de este lado del mundo, se conmemoraron 50 años del golpe de Pinochet en Chile y se oyeron las mismas disputas, los mismos viejos sesgos y lecturas pese a lo estropeado que ha dejado el tiempo a socialistas y neoliberales. En ambos actos se pregonó contra el imperialismo, se defendió una soberanía no definida, se alzaron los puños, se escucharon aplausos. Pienso que es difícil escuchar esas consignas anti imperialistas o anti globales en este punto de la historia y hacerlo a través de Tik-Tok. Es inevitable para cualquier millenial con conciencia media del pasado preguntarse: ¿Acaso no existen nuevas o más urgentes causas? ¿Acaso no existieron ya suficientes lecciones? ¿Qué necesidad de reeditar el siglo XX? 

Volviendo a Kim y Vladi, tras anunciar que encontraron un resquicio para burlar las sanciones de la ONU que han acorralado al Kremlin los últimos meses y cambiar balas por pan entre sus muy exitosos modelos, posaron risueños ante las cámaras. Sólo una noticia de este calibre puede levantar una media sonrisa en el gesto de Putin. Uno los mira e intuye con facilidad quién es Pinky y quién Cerebro, pero no se puede decir que tengan mejores posibilidades que las caricaturas a las que evocan.