Una muerte con dignidad

Carlos Arellano

Diario EL PAÍS, el último domingo de octubre, relató la historia de Paola, una mujer de 42 años diagnosticada con esclerosis lateral amiotrófica (ELA), quien se esfuerza por abrir la puerta para que la muerte asistida (eutanasia) sea legal en Ecuador. Este conmovedor relato plasma la odisea de una mujer que durante aproximadamente tres años ha enfrentado una enfermedad, la cual frustró su proyecto de vida y afectó, sin lugar a duda, a su entorno familiar.

Esta histórica batalla constitucional se enfrentará a un país netamente conservador y profundamente arraigado en sus creencias religiosas, que durante décadas ha interpuesto su moral en temas como, por ejemplo, el matrimonio entre personas del mismo sexo e incluso en la despenalización del aborto en casos de violación. Si la demanda de inconstitucionalidad favorece la causa de Paola, Ecuador podría convertirse en uno de los pocos países en el mundo que cuente con un marco legal que garantice el acceso a una muerte con dignidad en determinados casos.

A lo largo de los años he mantenido la certeza de que los ciudadanos deben contar con leyes que garanticen una serie de derechos civiles que permitan construir y finalizar sus proyectos de vida. Entre estos derechos se incluye la libertad para decidir con quién formalizar una unión o matrimonio civil, determinar cuántos hijos tener, contar con la opción de interrumpir un embarazo, así como la elección del momento y el modo de elegir una muerte con dignidad. La eutanasia, al igual que el aborto o el matrimonio igualitario, nunca deben ser considerada como una única alternativa, es decir, una imposición; más bien, representa una oportunidad para elegir.

Es seguro que la cruzada de Paola encontrará miles de detractores, incluidos aquellos que se apresurarán a invocar el nombre de Dios para desprestigiar esta batalla. Legalizar la muerte asistida significaría un avance en la construcción de una sociedad justa, coherente y empática ante las desventuras de cientos de ciudadanos que, entre las agonías de las enfermedades, la precaria economía familiar, postrados en una cama o las dificultades de la vejez avanzada, claman a Dios por esa compasión que les permita concluir con dignidad una vida que dejó de ser tal cuando perdió su calidad y esencia.