Mariana Enriquez

Nicolás Merizalde
Nicolás Merizalde

Por fin me libero de esa no dictada -y más que asumida- obligación de escribir sobre política en un país que hoy, más que ayer y menos que mañana, juega al funambulismo histórico.

Quienes me conocen saben que una emoción en la que recaigo con mayor felicidad y mejores resultados es la admiración. Yo doy la vuelta cada rincón de internet y de las librerías hasta agotar el último recurso de información que destilen sobre ese algo o alguien que ha provocado en mí, esa emoción fronteriza con el amor. Creo que mi admiración por otros ha expandido mi vida, ha ampliado mis horizontes y mi cultura y eso me ha hecho más feliz. La vida de los que no admiran me parece seca, plana y vulgar.

La última de mis devociones es Mariana Enríquez, escritora argentina que está construyendo una obra moderna y afilada. Obsesa del rock, las historias de terror que bañan nuestro continente y el espiritismo; es una rara mezcla entre Borges, Cortázar, David Bowie, Stephen King y Stevie Nicks. Niña de la dictadura, sabe que dan más miedo las cosas cotidianas que de repente, tuercen la faz. Su narrativa está llena de leyendas urbanas, de la violencia de la periferia latinoamericana, las drogas y los cuerpos, las cosas que, pese a saberse no se dicen y el horror que provoca entender lo frágil de nuestro bienestar.

Sus cuentos y crónicas son más que extraordinarios y tiene un gran colmillo musical con recomendaciones desde el viejo rock de los 70s a Taylor Swift. ‘Bajar es lo peor’, su primera novela se acaba de reeditar en Anagrama y cualquiera de sus libros de cuentos es una joya imperdible. Como lo es el perfil de Silvina Ocampo, su antecesora literaria; en ‘La hermana menor’ reflexiona sobre la mujer, el arte y los temas recurrentes como los niños asesinos, la infidelidad y la poesía.

Ojalá pueda contagiarles un poquito de esta nueva admiración.