El privilegio, es un derecho que la calidad del crédito da a un acreedor para ser preferido a los demás.
Consideramos que este tema es de gran importancia debido, que desde el antiguo régimen existen los privilegios, siempre han existido y van a existir.
El concepto de clase privilegiada es igual al de clase alta. Como sabemos, el régimen político en que vivimos durante la mayor parte del siglo XX se construyó sobre grupos que recibieron, en pago por sus servicios políticos, privilegios económicos. En todos los casos, estos privilegios son una forma de redistribución de la riqueza, de quienes la producen, con salarios muy superiores a la aportación del trabajador, pensiones sin sustento.
Pero todo esto tiene un costo para la sociedad. Cuando agotamos los recursos, como a mediados de los 60, fue necesario endeudar al país para sostener esos privilegios. Cuando la deuda ya no pudo sostenerse, fue el petróleo el que los financió.
El Estado había trasladado los costos de los privilegios hacia el futuro: deuda por pagar, agotamiento del petróleo, pensiones sin reserva. Mantener los privilegios implicó no invertir en el futuro, ni en infraestructura ni en capital humano. La infraestructura con la que cuenta es deplorable, pero es peor aún la situación del capital humano: dos terceras partes de los jóvenes, cuando salen de secundaria, están condenados a la miseria, porque no tienen las capacidades mínimas para ganarse la vida. Por eso Ecuador no es competitivo, pero tampoco es un país justo.
No hay forma más eficiente de perpetuar la desigualdad que condenar a dos terceras partes de los jóvenes a la ignorancia en una economía que hoy depende del conocimiento. Transformar a los grupos privilegiados, en grupos productivos es el reto más importante que tiene el país.
Es convertir al sindicalismo corporativo en una fuerza laboral organizada, democrática, transparente y comprometida con la generación de riqueza; convertir al abarrotero rentista, oligopólico, en un emprendedor que arriesgue, convertir al profesor, en un creador de ideas. Pero nadie deja los privilegios fácilmente. Unos quieren vender sus plazas, otros quieren rescates, unos piden más subsidios, y otros siguen vendiendo la crítica fácil, y siempre hay quien la compre.