Álvaro Peña Flores
La educación como proceso pedagógico lleva consigo un riesgo inherente de error y de ilusión. Así lo plantea Morín, en su tratado de “Los Sietes Saberes Necesarios para la Educación del Futuro”, indicando que el mayor error que se comete en la educación es subestimar el problema del error; y por su parte, la mayor ilusión que se generan en los sistemas y procesos educativos es subestimar el problema de la ilusión. En este contexto la educación debe identificar los orígenes de errores, de ilusiones y de cegueras.
Los errores que surgen son tres: el primero hace referencia a los errores mentales; la mente humana tiene mucha dificultad para distinguir lo subjetivo de lo objetivo, es decir, identificar las necesidades, sueños, deseos, ideas, imágenes o fantasmas, y los efectos que genera el mundo exterior en el mundo interior. Sumado a esto están los errores intelectuales, que tienen que ver con las teorías, doctrinas e ideologías que ha adquirido la mente humana con los errores incluidos en ese aprendizaje, y la resistencia que la mente pone para refutarlas o cambiarlas. Y como tercer punto están los errores de la razón, que implica la racionalización del entorno, de la práctica, de la cultura, del prójimo, del cerebro, y su dificultad para pasarla por el filtro de la racionalidad, que no es cuestión de ciencia, tecnología o mera comprobación, sino de someterla a la discusión y el debate para disminuir el error y la ilusión.
Distinguir estos tres errores en la educación y aplicarlos en el proceso pedagógico de cualquiera asignatura implica abrir el pensamiento de los estudiantes a una perspectiva más holística y cosmovisionaria. Se mejoraría el desarrollo cognitivo y analítico del ser humano, del entorno y del mundo; además, sería la base para que los procesos andragógicos posteriores sean más efectivos, contribuyendo de esta forma a mejorar el sistema de educación en todos los aspectos y en todas las edades.