Fanatismo antivacunas

Shakespeare Abarca Córdova
Shakespeare Abarca Córdova

Creo una necesidad referirme al tema, porque callar es implícitamente darles la razón, una razón de la cual están diametralmente alejados, más aún porque esa irracional posición nos pone en riesgo a todos. Inundan las redes con sus perniciosas publicaciones, disfrazando con matices científicos y legales sus erróneos conceptos. Al inicio de la pandemia enfatizaron en lo religioso, repitiendo que la vacuna era la marca del anticristo, que sólo los inoculados, serían los que podrían comprar, vender y hacer vida pública.

Más adelante dijeron que la pandemia y los masivos fallecimientos eran una monumental farsa, lo que obviamente resulta descabellado, señalando que el afán era aterrorizarnos para manipularnos originando un astronómico negocio a la industria farmacéutica. Otros escalofriantes disparates hablan de un genocidio global, diseñado por las élites económicas mundiales, para establecer un nuevo orden planetario, justificando así su negativa a vacunarse. En el clímax de sus alucinaciones afirmaban que la vacuna se vuelve un magneto y pedían probarlo con una moneda que sobre el sitio de inoculación quedaba adherida; totalmente falso.

En su paranoia repiten que la vacuna alterará nuestro ADN,  y contiene grafeno, que con las redes de telefonía 5G y nuestro electromagnetismo nos convertirían en “antenas humanas” pues la  vacuna tiene un chip, mediante el cual las elites nos dominarán. Una publicación de las más atemorizantes e infundada es que los vacunados tenemos sólo dos años como esperanza de vida. Descalifican las vacunas por su corto tiempo de producción, sin querer ver los sorprendentes avances médicos, científicos y tecnológicos actuales que simplifican su fabricación; circulan una “información” indicando que en algunas ciudades de USA ha disminuido la pandemia  por dejar de usar cubrebocas; falsedades sin ninguna razón ni lógica. Indigna ver una entrevistada antivacunas, que admite que prefiere comprar su certificado y no vacunarse; tuvo suerte de que cuando infante sus padres la vacunaron, sin poder esgrimir sus medioevales argumentos.

Desde la vacuna de Jener para la viruela en 1796 vemos que estas han salvado a la humanidad de terribles enfermedades; que vacunarse es un deber moral, no solo personal sino de supervivencia colectiva, que si los fanáticos antivacunas esgrimen su derecho a no vacunarse, por sobre aquel prevalece el derecho de todos a preservar la salud y la vida.

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