Sepulcros blanqueados

Luis Intriago Luna

Luis Intriago Luna

La delincuencia de cuello blanco en el Ecuador llega a la categoría de pandemia, pues está enquistada en todas las esferas del Estado: en la Policía Nacional y Fuerzas Armadas, que se dejan contaminar del narcotráfico y se prestan para hacer secuestros, asaltos en carreteras y hasta oficiales y generales que se involucran con los capos de la droga convirtiéndose en esbirros por un poco de dinero; manchando su uniforme y deshonrando el sagrado honor de pertenecer a la noble institución como si la dignidad tuviera precio.

 No causa asombro el caso metástasis ni la purga, pues es la prolongación de la corrupción que vivimos; gracias a esa valiente mujer que es la Fiscal General del Estado, está poniendo al descubierto los grandes atracos. Causa pena y tristeza que sea el pueblo engañado y defraudado, frente a tanta demagogia con la que actúan los politiqueros, prometiendo manos limpias y corazones ardientes.

Hoy, estos desvergonzados no solo abdican de sus propias promesas, sino que se burlan de la ingenuidad del pueblo y sin ningún escrúpulo no les importa que ese pueblo carece de lo más elemental que es: alimentación, vivienda y salud. Pues lo que interesa es llenar sus bolsillos. Politiqueros audaces que proponen juicios a entidades bancarias de forma fraudulenta para no pagar sus créditos como el de los cuatro millones de dólares al banco del pacífico, sin olvidarse lo que hizo un expresidente de la República, de enjuiciar a otra entidad bancaria para llevarse seiscientos mil dólares a efecto de comprar un ‘departamentito’ en Bélgica. Hay presidentes de las Cortes del país, jueces de todos los niveles que se involucran y se someten a los narcoterroristas haciéndoles favores legales por “30 piezas de plata”, ¡qué horror!

Al pueblo hay que advertirlo que estos politiqueros y autoridades, salvo honrosas excepciones, la mayoría negocian fallos y sentencias, y otros acuerdos para llevarse el dinero del pueblo; así seguirán llegando al poder, no para servir, sino para robar, sin importar la desgracia en la que el pueblo se debate.

Hasta que el pueblo aprenda a mirarles a los ojos, que Dios nos ampare.

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