Los ciclos 

Yveth Romero Padilla

Yveth Romero

En la antigua Roma, en épocas muy lejanas, enero, era el mes dedicado al dios Janos, figura de doble rostro, uno que mira hacia el pasado y otro que apunta hacia el futuro. Janos regía el fin de año y el inicio de otro; es el dios de los cambios, las transiciones, del umbral que separa el pasado del futuro. 

Se lo honraba cada vez que se daba inicio a algo, un proyecto, un negocio, el nacimiento de un niño o se contraía matrimonio, es decir en el inicio de una etapa, de un nuevo ciclo. Protegía a aquellos que debían cambiar algo en su vida. Tenía por un lado el rostro de un anciano, marcado por la experiencia, la madurez, pero también de los recuerdos negativos y dolorosos. Simboliza la capacidad de aprender de los malos y buenos momentos, de los aciertos y los errores, para renacer con el nuevo año, mirando el rostro joven, la otra cara de Janos, la esperanza, la fuerza de la renovación. 

También para otras muchas civilizaciones antiguas,  el término e inicio de un ciclo era parte de la vida cotidiana, sin apartarse de la naturaleza y sus leyes; pero, hoy hemos olvidado la importancia de darle sentido a cada día de nuestras vidas. ¿Será por esto que el año pasa tan rápido, y sentimos que el tiempo se nos escapa y que cada vez estamos más vacíos? La naturaleza tiene ciclos, se abren y cierran maravillosamente con ritmo, constancia y precisión. Las estaciones son una muestra de ello. Muchos piensan que podemos vivir las cuatro estaciones en un solo día, y otros dicen que es nuestra vida la manifestación de estas: primavera el nacimiento, la niñez del ser humano. Verano, la juventud con toda su energía, su belleza, sus miedos y rebeldías. Otoño, la madurez, la experiencia de la vida. Invierno, la muerte, pero, ¿qué es la muerte, sino el paso hacia otro ciclo?

Nueva Acrópolis Santo Domingo