Legítima defensa

Anita Caicedo

La violencia es una paradoja. Desde pequeños nos dicen que no está justificada bajo ningún caso y que debemos encontrar alternativas de comunicación para solucionar los conflictos.

En un Estado democrático y de derecho, en vez de a la violencia acudimos a la justicia. Pero, ¿qué pasa cuando el agresor es el que debe protegernos? ¿Qué pasa cuando se han agotado cientos de veces los medios legales? ¿Qué pasa cuando para llegar a un Tribunal de Derechos Humanos se deben invertir cientos de miles de dólares que nunca tendrás? ¿Qué pasa cuando el Estado que te oprime quebranta sistemáticamente los tratados de protección a los derechos humanos, el derecho internacional humanitario que ha suscrito; empieza guerras y bombardea hospitales? ¿Qué pasa cuando el estado que oprime no recibirá sanción alguna por ser uno de los más poderosos del mundo?

Para muchos en concepto de negritud es vivir, hundido en la pobreza, sometido a guerras por diamantes y petróleo, asesinados por políticas racistas y sin los medios adecuados para desarrollarse como individuos. No quiero que haya violencia, quiero un mundo de paz, pero si no existe protección para una parte de la ciudadanía y el monopolio de la fuerza lo ostentan los que oprimen, no es de extrañar que las calles ardan.

Todos y todas deberíamos apostar por el bienestar de las personas y el respeto a los derechos humanos por delante y asegurar su cumplimiento. Y en ese sentido ¿Podríamos considerar, sin estas políticas, que la violencia usada en Estados Unidos y en otros países hermanos es una forma de legítima defensa?

Cuando el ciudadano no tiene medios legales para terminar con la opresión perpetuada durante décadas deberá alzar la mano, cerrar el puño y gritar: ¡Se ha acabado! primero esclavos, luego ciudadanos sin derechos y ahora el “blanco perfecto”. No habrá paz hasta que no se erradique el miedo. Espero que se establezcan medios legales, efectivos y rápidos para ello.

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