Fanatismo político

Diego Albán Quishpe

Diego Albán Quishpe

Si bien es cierto, el fanatismo no es exclusivo de la política, pues la misma Real Academia Española lo define como “el apasionamiento y tenacidad desmedida de la defensa de creencias u opiniones”. Es decir, que permite su influencia en otras áreas, tales como la religión, el deporte, entre otras.

En nuestro país, el fanatismo político se ha convertido en una sombra que oscurece nuestra democracia, pues más que una pasión desmedida, se ha vuelto un veneno que divide y daña nuestra cohesión social, y que se aflora especialmente en tiempos electorales. Este fervor ciego limita la diversidad de opiniones, obstaculizando un diálogo constructivo que nos permita ser críticos; capaces de reconocer, entender y rectificar errores.

En una sociedad democrática, la participación ciudadana debe basarse en la deliberación informada y el respeto a la diversidad de pensamientos. Al contrario, el fanatismo político permite la propagación de la intolerancia, convirtiendo a quienes piensan diferente en enemigos.

La adhesión inquebrantable a un partido o líder político, sin someterlo a crítica, abre la puerta a abusos y corrupción. Tal es el ejemplo de la época del “Correísmo”, cuando el fanatismo, disfrazado de lealtad a una figura, prevalecía sobre la responsabilidad hacia la ciudadanía. Recordemos que ‘un fanático político no defiende ideas, defiende personas’. Si el político que ama piensa de una forma, pero luego piensa de otra, el fanático seguirá amándolo, no importa cuantas veces cambie de opinión”.

Cultivar una cultura política basada en respeto y empatía es la clave para el progreso, a efectos de que el Ecuador construya una verdadera democracia. Sin embargo, para que esto suceda, debemos romper las cadenas del fanatismo político, entendiendo que la política no es un equipo de fútbol, ya que no se trata de ganar a cualquier costo, sino de buscar soluciones en pro del bien común.

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