Como la sal

Diana Luzuriaga

Diana Luzuriaga Vera

En una conversación de amigas una de ellas dijo “mi esposo en casa no soporta nada, las cosas deben ser tal cual él las dice y quiere, no hay derecho a opinar, la mínima discrepancia se convierte en una batalla campal, así que prefiero callar”. Lo que me hizo recordar la frase “Hay un límite en que la tolerancia deja de ser virtud”.

Hoy se celebra el día internacional de la Tolerancia y la mayoría conocemos su significado según el diccionario “Actitud de la persona que respeta las opiniones o ideas de los demás, aunque no coincidan con las propias”. Comparto este artículo con un doble propósito, por un lado, recordar la efeméride de este día 16 de noviembre como cultura general y por otro, quiero aprovechar la importancia de su significado para nuestra vida en familia y en comunidad.  No solo desde una perspectiva de “valor necesario para convivir en armonía, sino desde su adecuada aplicación.

Es fundamental fomentar en todos los ámbitos la tolerancia como una virtud que nos ayuda a mantener relaciones interpersonales de respeto, eliminando las barreras de la discriminación y rechazo a las diferencias. Hasta ahí estamos claros y exhortamos su práctica diaria como un escalón de desarrollo social y personal

Ahora bien, se debe aplicar el sentido común y su justa medida. Como la sal a nuestros alimentos los vuelve sabrosos, también puede hacerlos incomibles y perjudiciales. La tolerancia tiene límites, en exceso se vuelve sumisión abrasiva. Lo experimentamos como nación tolerando en demasía a gobernantes incompetentes y corruptos. Igual sucede en algunos hogares, lugares de trabajo, entre otros. Estimados lectores sin romantizar “Ser diferente no es malo, lo que es realmente malo, es vivir con odios y prejuicios” ser tolerante es entender eso, no se confunda “La tolerancia de lo ruin y la conformidad con lo inepto no es virtud, eso es miedo”.

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