En la actualidad tenemos diversos motivos para quejarnos de la realidad nacional, pues la corrupción, la pandemia, la educación, la salud, la deuda externa y las leyes del país han sido manejados al antojo de unos pocos que controlan las funciones estatales, no es novedad.
Y este problema sigue creciendo día a día, me cuestiono diariamente por qué existe una línea tan extensa entre lo que ocurre y lo que debería ser, entre lo que decimos y lo que hacemos, entre la teoría y la práctica. Y es que, para cualquier estudiante universitario, salir a las canchas es un reto, puesto que lo que se aprende en aulas no es igual a lo que sucede en el ejercicio de la profesión, el gran reto de lidiar con un sistema viciado es parte del camino, en donde la mayoría termina aceptando las condiciones.
Requerimos transformaciones verdaderas desde la raíz, desde la esencia, cambios permanentes, continuamente criticamos el sistema judicial y todos sus componentes, pero no somos capaces de otorgar a nuestros colaboradores los derechos que se merecen, nos quejamos de la corrupción, pero sobornamos al juez, queremos que las cosas cambien, pero seguimos actuando igual.
Para poder plasmar los cambios que queremos ver es importante confiar no solamente en los representantes políticos, es crucial enseñar a nuestros hijos, los dueños del futuro, a creer en ellos mismos porque las evoluciones se producen en conjunto, no podemos concebir la idea que el político tiene que hacerlo todo, él es únicamente parte de la sociedad.
La familia desde sus distintas estructuras es un espejo que nos permite evaluar el comportamiento que se replica en nuestra sociedad, es por ello que, insisto si queremos ver cambios permanentes es aquí donde debemos empezar, la confianza y valores que sembremos serán indudablemente la cosecha del mañana, que la semilla que vamos a poner este recargada de honestidad, trabajo y solidaridad.