Actitud ante los padres

Luis Intriago Luna

Luis Intriago Luna

Actualmente está el mundo al revés y por tanto vivimos la vida equivocadamente; los padres han perdido la autoridad en el hogar, son los hijos los que gritan y exigen derechos sin querer cumplir obligaciones: “usted me da el techo y yo como hijo estoy obligado a obedecer y cumplir ciertas reglas en casa, como: llevar a la madre al médico o limpiar la casa o ayudar en la tienda, etc”. Pero no ocurre tal apoyo recíproco.

 Los padres de hoy son timoratos al dar órdenes al hijo, pues temen su reacción, en parte tiene la culpa la aparición del código de la Niñez y la Adolescencia, que ampara, solapa la vaguería, el irrespeto a los progenitores y maestros, aun cuando dicha ley es muy permisiva y fomenta de alguna manera el caos familiar, solo el hecho de mencionar que es prohibido  el trabajo juvenil, ya es abonar en favor de la ociosidad del hijo, obviamente confundiendo, entre el trabajo formal que habla  la ley y la ayuda espontánea que éste debería realizar en la vida familiar; como si fuera poco aquella ley también habla de no castigar a los hijos; es verdad que al niño no se lo debe maltratar, pero sí debería corregir a tiempo cada acto de mala conducta. 

Obviamente a veces es necesario tomar correctivos y de manera excepcional cuando el niño o adolescente reincide en prácticas reñidas con la moral y las buenas costumbres, de vez en cuando un par de azotes con amor, sin odio, ni coraje es necesario, hasta lograr su formación ideal, a efecto de  no ser presa de la delincuencia futura; esta formación, se consigue mediante tres medios: primero, el buen consejo revuelto con valores morales y espirituales, segundo, el buen ejemplo de los  progenitores y tercero, mantener el principio de autoridad en casa, con amor,  afecto y diálogo, que fortalezcan  lazos familiares, sin dejar que los hijos se levanten en guerra contra sus padres.

Entendemos hoy, por qué la sociedad está en crisis de valores y caminando por vías equivocadas; hay que regresar un poco a las buenas prácticas del pasado y evitar las exageraciones. Hasta que ello ocurra que Dios nos ampare. (continuará)

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