Autoconfinamiento por supervivencia

Juan Francisco Mora

¡Qué tristeza ver cómo estamos perdiendo lo valioso de la vida en comunidad ante la delincuencia imparable!

De pronto cualquier persona corre el riesgo de “jugarse la vida” con tan solo salir de casa a trabajar, ir de compras, detenerse a comer algo, pasear en el parque o, simplemente, detenerse a charlar con los vecinos en la esquina.

En un primer momento, parecía que solo éramos los espectadores de los relatos noticiosos de los actos violentos que ocurrían en otras ciudades; con el paso del tiempo, sentimos ese fenómeno cada vez más cerca.

Y ahora también tiene que ver con la delincuencia imparable que sale a las calles “pistola en mano” a dar bala quien se cruce en el camino. En ciudades y países con índices de violencia más altos, esas formas están relacionadas, entre otras cosas, a escuelas de la delincuencia.

Actualmente, sentimos esa violencia en todas aquellas expresiones de fuerza que irrumpen los espacios públicos impidiendo el disfrute pleno de las actividades personales y la convivencia armónica.

¿Es posible tener una vida comunitaria adecuada con tal nivel de riesgo y exposición a la violencia? Pues no. La seguridad debe ser la garantía mínima que un estado debe proveer a sus ciudadanos.

Estamos perdiendo una de las más preciadas libertades: la libre movilidad y circulación. En esta vez, no como una restricción impuesta desde alguna autoridad estatal o dictatorial, sino como una decisión de auto confinamiento por supervivencia.

Doloroso para una comunidad como la ambateña, habituada a un entorno más pacífico que le permitía disfrutar de la familia, de los amigos, de la buena vecindad y de la vida en comunidad.

Ante el avance delincuencial, probablemente quedará como un recuerdo para contar a nuestros hijos o nietos las interminables horas de juego con los vecinos en las calles del barrio, los partidos de fútbol que animaban las noches y las largas charlas de vecinos en la esquina de la cuadra.