Unidad nacional

En la trayectoria del país, pocas veces han existido situaciones tan complejas como las que actualmente atraviesa Ecuador. Existen factores adversos, que alientan los agoreros de la desesperanza y que atentan incluso a los pilares fundamentales de la estructura de Nación y de Estado.

Los nexos de los ecuatorianos son la historia, la tradición, la cultura, el orgullo de pertenencia, ese arraigado sentimiento que vibra cuando se escucha —sobre todo en el exterior— nuestro Himno Nacional y hasta cuando la selección de fútbol triunfa, internacionalmente, en encuentros con sus similares. Los vínculos colectivos son numerosos, constituyen el tejido social. En contraste, hay elementos que disgregan, como el contraproducente regionalismo que no ha podido ser erradicado, incentivado por algunas personas inconsecuentes, sin sentido de Patria.

La idea de nación fue singularizada por Ernest Renan, cuya teoría —elevada a categoría— se volvió eje para los estudios políticos, desde la conferencia que sustentó este pensador en La Sorbona, en 1882, diez años antes de que fallezca: “Es un alma, un principio espiritual, dos cosas que no forman sino una. Como el individuo, una gran solidaridad constituida por el sentimiento de los sacrificios que se han hecho y aquellos que se está dispuesto a hacer”, respondió de este  manera a su propio interrogante sobre qué es una nación.

Este principio espiritual resume la esencia nacional, complementada con el plebiscito de todos los días, que también Renan remarcó, es decir la voluntad colectiva y permanente, traducida en concertación  de esfuerzos y sacrificios orientados hacia el bien común.

De no haber estos ingredientes imprescindibles, la unidad nacional sería un mito, con lo cual la carencia de referentes, la disgregación, la secesión, no tardan en brotar, con indeseables y conocidas consecuencias.