“Quiteños de bien”

Matías Dávila

Recuerdo que en un momento de las protestas de octubre de 2019, muchas personas empezaron a hacer que sonaran sus ollas y sartenes. Era un bullicio descoordinado y rabioso. Y es que cada uno parecía que tenía su propia agenda. Unos protestaban por el aumento del precio de la gasolina, otros por la inseguridad, otros por haber sido despedidos.

Muchos apoyaban la marcha indígena e incluso se organizaban para llevarles comida y vituallas, porque había niños… sí, había niños. Nuestros hermanos indígenas venían con mujeres y con hijos; situación que muchos citadinos mestizos, blancos, azules e intelectuales, “quiteños de bien” como se hicieron llamar muchos, simplemente no comprendían. “De gana les traen…” decían algunos. Pero pocos se ponían en sus zapatos, en sus alpargatas.

Si bien hubo infiltrados, muchos de los que protestaban eran indignados, personas invisibilizadas que pasan desapercibidas a la hora de firmar las medidas económicas. Gente que se camufla con la percudida cotidianidad. No van a banquetes para hablar de tú a tú con el mandatario de turno. No tienen “club” ni viajan al exterior como para encontrarse en la sala vip de cualquier aeropuerto. Ellos son los “pata sucias” con los que ni siquiera se puede hablar porque articulan las oraciones con torpeza… la educación unidocente y la desnutrición no les alcanza para expresarse con elegancia. Por eso es que tienen que salir a caotizar, a dañar las centenarias piedras patrimoniales para hacerse notar. Once de ellos se quedaron muertos en medio de la protesta. ¿Te acuerdas de algún nombre? ¿No?

Esta nota no pretende justificar nada, pero sí busca entender. Yo no perdí un hijo, un padre ni un hermano en ese octubre. Yo no perdí un ojo ni me quedé con alguna discapacidad. Esta nota busca reconocer a quien tuvo la valentía de protestar y perderlo todo en la calle, mientras yo vociferaba en Facebook y en Twitter sin estar dispuesto a arriesgar nada.

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