¿Ministra o ministre?

Pablo Granja

Estoy seguro que a una gran mayoría de los ‘baby boomers’, aún nos cuesta aceptar la agenda de la igualdad de derechos en la forma como se la está manejando. Personalmente aplaudo la defensa de la igualdad de género, entendiéndola como la defensa de la mujer por ocupar los espacios y condiciones que le han sido negados, así como la erradicación de la violencia en su contra.  Sin embargo, los contrapuntos alrededor del feminismo no se han agotado, porque simultáneamente hay posiciones que sostienen que este mismo trato condescendiente y preferencial es una forma de continuar considerándolas como el ‘sexo débil’, que aún requiere de una ayuda que no la necesitan porque pueden destacarse por sus propios méritos.

La izquierda ‘progre’ ha sabido sacar ventaja del tema y ampliarlo, tanto que las luchas por las reivindicaciones obreras y sindicales han cedido espacios a las que se dan por los derechos de las mujeres, logrando juntar con las manifestaciones de las comunidades LGTBI+. Si en un momento dado el llamado ‘sexo débil’ ha estado en desventaja, la homosexualidad ha sido mucho más marginada. Y aquí, en el momento de las reivindicaciones es cuando se empezó a disparar la cosa, tanto que actualmente existen 21 definiciones por orientación  y 17 de identidad sexual,  en que se conjugan las interpretaciones de sexo, género, identidad y expresión de sexo. La promoción y difusión de estas agendas tienen sus lobbies bien estructurados y financiados, con la intención de imponerse sobre los usos y costumbres tradicionales de la civilización occidental, con respaldo de gobiernos que otorgan ventajas al momento de la calificación de méritos, o creando ministerios, o incorporando materias de ‘(des)orientación sexual’ desde las edades más tempranas.

La confusión, dramas y desorientación que han ocasionado son muchos. Recientemente en un certamen de belleza la representante de Portugal, una mujer ‘trans’, se acomodó frente al público y las cámaras los atributos masculinos con que había nacido. Otro caso conocido es del deportista de elite que dice sentirse mujer y por tanto compite como integrante de un equipo femenino, utiliza los mismos camerinos y las mismas duchas de sus compañeras, aunque mantiene  intacto el diseño original; lo único que podría faltar es que siendo un hombre que se siente mujer termine declarándose lesbiana. Hay casos más aberrantes como jóvenes que se han mutilado los genitales, para luego darse cuenta que se trataba de una confusión de identidad pasajera y que ya no podrán ser ni lo uno ni lo otro. Para conquistar espacios en la sociedad están incorporando el ‘lenguaje inclusivo’ sustituyendo la terminación ‘e’ a los tradicionales masculino y femenino. No sé si terminarán imponiéndose, pero a muchos nos suena forzado escuchar arengas como: “Queridos, queridas y querides compañeros, compañeras y compañeres; estamos reunidos, reunidas y reunides para recordar a aquellos, aquellas y aquelles, que trabajan con esfuerzo en favor de los niños, niñas y niñes….etc.”. Además, tienen su propia bandera multicolor. A propósito de esto, llama la atención que la flamante titular del Ministerio de la Mujer aparezca en su foto oficial escoltada de un lado por la bandera tricolor, símbolo de la identidad nacional, y la bandera multicolor, símbolo del orgullo gay, del otro. En esto hay que destacar dos cosas: la bandera multicolor no representa a una entidad sino a una comunidad, de ninguna manera  equiparable al Pabellón tricolor que representa al Estado ecuatoriano; y, lo otro, es que la protagonista de este desacierto es titular del Ministerio de la Mujer, no del ‘Ministerio Gay’, que todavía no existe. Al exponerse junto a esta bandera se está identificando con la causa, razón por la que no es una falta de respeto ni es un sarcasmo preguntar cómo hay que tratarla: ¿Ministra o Ministre?