Los riesgos y la prevención

Pablo Escandón Montenegro

Ver la columna blanca que emerge del cráter del volcán es un goce, un deleite que luego de unos segundos inquieta: ¿estoy seguro en el caso de una erupción violenta? ¿las carreteras colapsarán? Y lo más importante, ¿qué debo hacer?

Si bien los desfogues de energía del volcán Cotopaxi son un espectáculo, la constante caída de ceniza ya no lo es, pues no solo que cae en patios y terrazas, o sobre los autos, sino que se cuela por las rendijas y se posa sobre todos los electrodomésticos y los muebles.

Apenas estamos teniendo conciencia de que esa bella montaña cónica que gobierna el horizonte es un volcán, y que su actividad es permanente, pero nosotros no estamos preparados para reaccionar frente a una erupción.

No nos olvidemos que también vivimos bajo un volcán, el Pichincha, y que su letargo también puede acabar en cualquier momento y nunca nos preocupamos por cómo será su despertar.

La prevención de riesgos debe tener una campaña permanente en todo el callejón interandino, en lo que tiene que ver con volcanes, sismos y deslaves, pero en las ciudades estas actividades de simulacros e información preventiva deben realizarse cada mes si no es que se requieren más de estas simulaciones para conocer las vías de evacuación y formas de respuesta inmediata.

Necesitamos saber qué hacer y qué no hacer en estos eventos, pues la primera reacción será buscar a nuestras familias, tomar los autos y generar atascos de tránsito. Por ello, es vital que todas las familias tengamos un plan de acción, una cadena de comunicación y de acción frente a estos sucesos probables.

Y es que tratar el tema no es ser fatalista, sino proyectar soluciones para evitar tragedias. Cada institución, cada barrio y cada comunidad debería tener ya un plan de evacuación, una propuesta de manejo de albergues y de trabajo comunitario frente a un desastre.

Todo esto suena muy ideal, pero no es imposible con una correcta organización comunal, barrial e institucional. Coordinados bajo una estrategia de prevención de riesgos se puede afrontar el desastre, pero siempre y cuando exista compromiso individual y dejemos de ver idílicamente a los volcanes como paisaje, y los asumamos como lo que son: energía que nos puede afectar.

La belleza del volcán envuelve su poder destructor, pero también su potencial benefactor con aguas minerales y termales, con páramos y glaciares. Admirar la naturaleza y entrar en equilibrio con ella no es solo abrazar árboles, sino estar prevenidos de su potencial destructor. No le demos la espalda a los riesgos.