La monoparentalidad

Lorena Ballesteros

Uno de los ejercicios más complejos tiene que ser la monoparentalidad. Es un deporte extremo. De extremas emociones y sentimientos. De extenuante cansancio físico y mental. De vivir con la constante duda de ¿lo estaré haciendo bien?

Y es que en la dinámica de parejas que se separan después de tener hijos suele convertirse en una monoparentalidad. Aunque la regla no es absoluta, la balanza se inclina hacia uno de los dos jefes de familia. Es uno el que asume el rol de la maternidad o la paternidad casi en solitario. Es uno el que lidia con la cotidianeidad, el que impone las reglas, el que pinta los límites, el que seca lágrimas, el que entrega abrazos diarios, el que madruga para empacar loncheras…

Con poca posibilidad de fallo, me atrevo a asegurar que eso les sucede más a las mujeres. Pues son ellas quienes, tras la ruptura, se quedan atadas de pies, manos y corazón a las dinámicas académicas, extracurriculares, sociales, lúdicas, médicas, psicológicas… de sus hijos. Normalmente somos las madres las que apretamos nuestras agendas laborales para incluir las necesidades diarias de los niños en nuestro planificador semanal; con jornadas que inician incluso antes del amanecer. ¡Es absolutamente agotador!

Por eso, las mujeres que estamos familiarizadas con esta condición monoparental simpatizamos con los choferes de Uber porque entendemos lo que es cruzar largas distancias en el tráfico aterrador de la urbe. Comprendemos con más paciencia a las personas que no llegan con puntualidad suiza a sus reuniones (porque un “no encuentro mi saco del uniforme” puede hacerte retrasar a tus propios compromisos). Empatizamos también con los médicos residentes que hacen guardias en los hospitales, porque después de una semana en vela, tras el virus de un hijo, no entendemos cómo ellos hacen esto durante años. Sentimos compasión por las profesoras que los educan, porque solo con las tareas escolares que supervisamos perdemos los papeles de la cordura.

Ser madre tiene que ser el oficio más exigente sobre la Tierra. Sin duda también es el más gratificante.Porque cuando lo haces bien, al menos un día, la recompensa es inmensa. Porque la posibilidad de mirar día a día los triunfos y fracasos de nuestros hijos, no tiene precio. Porque abrazarlos y darles su besito de buenas noches es la mejor medicina para el alma. Sola o acompañada, la maternidad es sacrificada. Pero es felicidad asegurada.