Las guerras son el fracaso de la humanidad

Cuando pensábamos que el proceso evolutivo del ser humano había dejado atrás las miserias de las guerras, de las conflagraciones sangrientas, nos enfrentamos a la constatación de que no aprendemos de las experiencias pasadas y seguimos enfrascados en dirimir nuestros conflictos haciendo uso de las armas.

En este siglo XXI, en el que el hombre ha alcanzado las cimas del progreso, sobre todo científico y tecnológico, con una cantidad enorme de inventos que se suceden unos a otros y que facilitan la vida de las personas, sentimos que se borra de manera intempestiva lo alcanzado y volvemos a las épocas críticas en las que se ataca no solo a objetivos militares, sino también a blancos civiles y se busca hacer cada vez más daño.

Esta es la lección que nos deja precisamente la guerra de Ucrania, en la que un estado poderoso ataca a uno más débil con el objetivo de cercenar su territorio, de vulnerar sus derechos, de aplastar cualquier oposición, de buscar el control absoluto sobre un vecino que incomoda.

Se descubren los horrores de las fosas comunes, de los aniquilamientos masivos, de la capacidad de atacar sin piedad a los otros, de contar la historia a su manera, tratando de justificar lo injustificable.

Se conoce de lo despiadados que pueden ser unos seres humanos con los otros y nos quedamos con la sensación de que no hemos aprendido nada, de que fracasamos y no encontramos el camino de vuelta.

Considero que las guerras, más aun en esta era del conocimiento, constituyen el fracaso evidente de la humanidad, de la capacidad de mejorar, de aprender de los errores, de superar los conflictos mediante los diálogos y dejar de pensar que la exhibición de fuerza lo que hace es desmotivar a los otros seres humanos o predicar con malísimos ejemplos.