La importancia del buen nombre

Rodrigo Contero Peñafiel   

El aspecto físico puede engañar. Muchas personas parecen siempre mal humoradas, de mal carácter, alegres o muy fáciles para relacionarse. Lo importante de una persona es su conducta, no su cara. Todos tenemos un nivel intelectual para saber analizar el comportamiento, antecedentes y modo de actuar en la vida, para tener un concepto de alguien, sin que creamos que conocemos a una persona solo por sus facciones, su físico, su manera de actuar en el tiempo, que podamos verlas y conocer sus antecedentes particulares.

La evolución nos ha diseñado para específicamente mostrar nuestras emociones en el rostro, de manera que los demás puedan verlas; sin embargo, las expresiones faciales solo es una de las señales más potentes que nos ofrece el entorno, para poder decidir si debemos irnos o quedarnos en el lugar donde nos encontremos. Algunas veces hacemos juicios muy rápidos sobre si alguien es capaz, eficiente, colaborador o un delincuente disfrazado de pastor, consejero, político o charlatán. Los juicios de personalidad son procesados en la mente con mucha celeridad y cada quien responde de manera diferente.

Resulta curioso y bastante perturbador cómo en nuestro país, en época de elecciones, la gente se hace juicios rápidos sobre muchos candidatos con pasados escabrosos y sin conocimiento ni preparación alguna; pero que, por llegar a ocupar cargos dirigenciales de elección popular o de confianza en la administración pública, aprenden a obedecer y guardar los secretos. El juicio que las personas tengan sobre la personalidad de los candidatos no solo debe ser por su físico, discursos, ataque al opositor, el que más grita, ofende o baila con la gente; sino, debe centrarse al conjunto de características que definen la personalidad del candidato/a, es decir pensamientos, actitudes, hábitos y conductas que cada persona tiene de manera particular.

A la hora de determinar por quién votar hay hechos que deben influir en los resultados: las gestas más importantes de la vida real. El irnos o quedarnos en el continuo presente permiten reacciones mentales que operan en planos distintos, y en materia de elecciones: sobrevivimos o caemos en el pasado.