La crítica simplista

Varias voces plantean desde hace tiempo que estamos enfrentado la decadencia del régimen democrático; es decir, que los valores de la democracia liberal no estarían ya tan arraigados en las culturas occidentales. Incluso hay quienes, como Anne Applebaum —periodista estadounidense radicada en Polonia—, sugieren que el autoritarismo estaría más enraizado y por eso se necesita de una nueva élite —intelectual, académica, ‘thinkers’— que redacte los términos del nuevo régimen, si es que definitivamente vamos a sustituir la democracia liberal.

La tendencia actual, tanto en América Latina como en Estados Unidos y en Europa, es la polarización de las ideologías políticas. En medio de este escenario me he puesto a pensar en el servicio público en el Ecuador. No puedo imaginarme una tarea más compleja que esa.

Pienso en los servidores de más alto nivel; es decir, asambleístas, jueces, ministros, secretarías. Creo que, salvo en el caso de la Corte Constitucional, no se filtra con la suficiente rigurosidad a quienes acceden a esos cargos. Pero si bien puede faltar, en términos generales, capacidad y formación para el servicio público, también nos pesa el profundo desconocimiento desde la ciudadanía de lo que se puede hacer desde esos cargos. Eso evidencia incluso más lo polarizada que está la opinión pública también en el Ecuador.

Esta semana, ante las renuncias en el gabinete presidencial, el blanco de las críticas fue Bernarda Ordoñez, ex secretaria de Derechos Humanos. La razón de la salida de Ordoñez fue publicada por ella misma y argumentó discrepancias en varios temas referentes al manejo de la política de DD. HH.; en concreto, la crisis carcelaria y eventos como la presunta violación de una chica de 15 años, estudiante del colegio Dillon, por el chofer del transporte escolar.

La reacción en redes sociales, sobre todo de ciertas militantes feministas, fue inmediata. Para muchos su renuncia fue tardía y hubo cuentas que afirmaban que nunca se lo perdonarán. Mi afán no es defender la gestión de Ordoñez, a quien no conozco, pero sí demostrar respeto. Hay que ser valiente para asumir esa responsabilidad en un gobierno conservador y en el marco de una estructura jurídica asfixiante, con recursos escasos y varias urgencias.

Es igual de cierto que asumir un cargo así demanda del individuo una responsabilidad gigante y dar más de lo evidente en esfuerzo y trabajo; en otras palabras, esos puestos no pueden ser para mediocres.

Pero cuando leo esas críticas vehementes y simplistas, me da le impresión que esa gente nunca ha trabajado. No solo en el sector público, tampoco en el privado. En ningún puesto de trabajo puedes llegar con una varita mágica y transformar la realidad. Debes gestionar desde el conocimiento y los objetivos; con frecuencia, lo que puedes hacer no se acerca a lo que quieres hacer.

A las mujeres siempre nos cuestionan más. Se espera de nosotras una militancia en el feminismo tan ardua que cuando llegamos a un puesto de trabajo debemos reformar las estructuras de miles de años. Pero creo que cada paso cuenta, que romper los techos de cristal también suma, y que a las personas hay que medirlas justamente por su gestión. Y espero no asistir a una nueva parodia de “expulsión” del mundo de las mujeres; porque, de ser así, cada vez serán menos las que corran el riesgo de jugar en la cancha de lo público.