Ecuador es otro cuento

Julia Rendón Abrahamson

Estamos hechos de historias, especialmente de aquellas que nos contamos a nosotros mismos. Las historias de quienes migramos contienen la posibilidad o imposibilidad del regreso.

Tengo el privilegio de haber migrado por elección; decidí dar este paso. Mientras pesaba los pros y contras de partir, las justificaciones para hacerlo y las razones que mitigaban el dolor de la separación, algo que me reconfortaba era la posibilidad de volver. “Si las cosas no van bien, siempre podemos regresar”, pensaba. “Si no funciona, empaco las maletas y volvemos”. Me había olvidado de que así como una no se baña dos veces en el mismo río,  tampoco regresa  al mismo lugar del que partió.

Hoy el Ecuador es otro porque yo soy otra. Y también porque es un país que, a la distancia, se ha vuelto inenarrable: embutido por el narcotráfico, vulnerable y decadente. Desde acá lejos, ya no sé qué narrativa construir sobre mi propio país. Para los que vivimos fuera, para quienes juntamos pedazos de noticias y tratamos de unir piezas buscando ciertos patrones dentro del caos reinante, la historia es aterradora y expulsa de sí la posibilidad del retorno.

            Somos moldeados por los paisajes en los que nacimos, incluso si no residimos en ellos. Aunque vivamos lejos, lo que ocurre en nuestro país también nos deja huella. Llevar a mis hijas de vuelta al peligro, al cierre de escuelas, a la vida con miedo, no es una opción. En este momento no lo es. Este relato tiene vuelta de tuerca.

Dice Valeria Luiselli, en su libro ‘Desierto sonoro’, que preguntar es el trabajo de los niños. Mis hijas querrán saber una historia. Preguntarán y preguntarán. Y como hace la protagonista en el libro, ahora me encuentro buscando un principio, un nudo, el clímax y desenlace. ¿Dónde queda el regreso?

La historia es el paisaje que me habita. La  parte de la narración que sí podré dar a mis hijas. Un árbol de aguacate, el agua que quema cuando sale de la montaña y llega a las termas, los colibríes que brillan de tan verdes, el lodo negro en las botas. La naturaleza. La eternidad de la naturaleza. Allí está el regreso.

Está donde se puede tocar, oler, saborear. El eucalipto. Un tomate de árbol. Las gotas dilatadas rebotando en los charcos. Dentro del caos que es la historia del Ecuador en estos momentos, hay pequeños relatos que son centellas. “Ahí está la tierra, lejos de los pies, pero bajo los pies”*. Ahí está la vuelta.

*Cristina Rivera Garza