Irremediablemente ‘agringados’

Daniel Márquez Soares

Mucho se habla ahora del giro hacia la izquierda que han tomado las principales economías de Sudamérica. También resulta inevitable a largo plazo que —dados los inmensos recursos naturales con los que cuentan, su tamaño y su conveniente aislamiento geográfico—, Brasil y Argentina terminen convirtiéndose en potencias regionales con agenda propia, como la India, China o Rusia. Sin embargo, sería un colosal error que los ecuatorianos creamos, a estas alturas de la película, que nuestro destino yace junto al de ese ‘Sur’ nacionalista. Desgraciadamente, aunque nos duela admitirlo, nuestro futuro se parece mucho más al de los centroamericanos: somos irremediablemente ‘agringados’.

Nuestras economías están profundamente entrelazadas. Todavía, Ecuador es el único país sudamericano cuyo principal socio comercial no es China, sino Estados Unidos —tal y como lo ha sido desde hace más de un siglo—. Todos los principales sectores de nuestra economía surgieron con el mercado estadounidense en mente —aunque después hayan descubierto otros mercados— o surgieron, como el petróleo, gracias a una transferencia de tecnología de dicho país. Lo mismo sucedió con la provisión de servicios básicos y con las principales industrias.

Lo mismo sucede a nivel social. Hay más de un millón de migrantes ecuatorianos en Estados Unidos y es cuestión de tiempo hasta que suceda con nosotros lo mismo que con irlandeses o armenios —que hayan más descendientes en Estados Unidos que en el propio país de origen—. Nuestro sistema educativo contempla la enseñanza del inglés y repite la visión norteamericana de la historia, el sistema político y la economía mundial. Estudiar en ese país sigue siendo la máxima aspiración educativa y, desde los años cuarenta, muchos de nuestros más trascendentes políticos y empresarios se han formado en aquel país.

Más importante aún que todos esos elementos ‘objetivos’ resultan los ‘subjetivos’. Hay una inocultable admiración generalizada por Estados Unidos entre la inmensa mayoría de nuestra población. No solo consumimos sus películas, su música, su moda y sus inventos, sino que de buena fe hemos abrazado su moneda. También confiamos en su sistema de justicia; por eso nos aprestamos a aprobar la extradición de ecuatorianos pero, también por eso mismo, hemos acudido desde hace décadas al sistema interamericano de derechos humanos con base en Washington D.C. y seguido sus designios. Aceptamos y agradecemos los excesivos llamados de atención de sus embajadores.  Seguramente, si pudiera, la población delegaría muchas más funciones aun a los estadounidenses.

Es ingenuo creer que un proceso tan profundo puede revertirse con un poco de adoctrinamiento y un par de rabietas. Cualquier otra potencia, mundial o regional, que quiera suplantar a Estados Unidos en su posición ante los ecuatorianos lleva varias décadas de retraso; todos los esfuerzos que se han visto recientemente de parte de otras naciones no parecen tener buena recepción.

Más allá de preferencias personales, es bueno, como país, aceptar nuestra condición económica y psicológica como parte de la órbita estadounidense. La pregunta es si queremos ser uno de esos países pequeños pero prósperos de Occidente u Oriente Medio, o una de esas excolonias miserables, como tantas antiguas posesiones francesas en África, que tampoco tienen moneda ni ordenamiento jurídico propio.