Están entre nosotros

Italo Sotomayor Medina.

Permítame, estimado lector, darle una semblanza del abogado que nunca, ni en sus más desesperados momentos, debe contratar. Léalo bien, nunca, jamás, ni por error, se acerque a la oficina de un abogado que reúna las características que voy a contarle. Confiar su libertad, su negocio, su intimidad o el manejo óptimo de sus recursos, requiere de un nivel de destreza que tan solo puede ofrecerle un abogado probo, honesto y realmente capacitado. Los otros, esos que en un segundo voy a describirle, merecen su repudio, duda y desconfianza.

Empecemos por su imagen, por como visten o lucen ante la sociedad. Usan trajes extravagantes, que aunque tienen apariencia de costosos, son más bien ordinarios. A muchos de ellos, incluso en la Costa, les agrada usar chalecos. Sus manos y sus pechos, están llenos de anillos (usualmente colocados en el meñique), relojes (que normalmente no se ajustan a sus muñecas) y cadenas de oro. Los armazones o filos de sus lentes son dorados, no hay mejor color que ese.

¿Hay más? Sí, esto apenas empieza. Ahora permítame describirle algunos rasgos de su personalidad y de su forma de ‘ejercer’ la profesión. Se creen impolutos, dueños de la verdad y los últimos paladines de la justicia. Sus ‘tesis jurídicas’ recorren los programas de farándula del país y amenazan, en televisión nacional y con micrófono abierto, que presentarán denuncias de todo tipo; es que para eso, muy a su criterio, existe el derecho penal. No importa la naturaleza de los casos que conocen, toda oportunidad es buena para presentar una Acción de Protección; mejor si es en Manglaralto, Quevedo, Montecristi o Quinindé, allá son ‘imbatibles’. Presumen de sus maestrías y de sus doctorados honoris causa, muchos de ellos obtenidos en universidades de dudosa reputación. No dicen tener una especialidad jurídica en concreto, las tienen todas, se las ‘saben’ todas.

¿Le suena algún abogado que reúna este perfil? Seguro que sí y nos guste o no, son muchos y están entre nosotros: litigamos en contra de ellos, deciden sobre nuestros juicios, son ‘comentaristas’ en medios de comunicación y hasta son docentes en las Facultades de Derecho del país. Todo el mundo sospecha de ellos, sin embargo, tienen más oportunidades que cualquier abogado honesto. Al menos ahora, un buen grupo de estos ‘abogados’ han sido plenamente identificados y pueden ser abiertamente señalados, no solo por la Fiscalía, también por la opinión pública. Así, estimado lector, aunque no parezca, no es la abogacía, ni es la forma de proceder de muchos otros profesionales quienes sí nos tomamos en serio la profesión y el destino de nuestros clientes. ¡Que desagradable tener que llamar “colegas” a los investigados en el Caso Metástasis!

@ItaloSotomayor
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