Fiestas sin Navidad

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Carlos Freile

En nuestro amado país todavía tenemos vestigios de la auténtica Navidad: familias, cada vez menos, que rezan la novena, ‘Nacimientos’ armados en diferentes lugares, privados y públicos; también vemos a muchos fieles en las misas de Nochebuena, aunque es notoria la ausencia de jóvenes. Sin embargo, cada día se nota más el influjo de las corrientes contrarias no solo a la fe católica sino a cualquier creencia religiosa. El mundo occidental se decanta por el secularismo agresivo con su buena dosis de veneno contra sus orígenes y su desarrollo.

Gentes hay que ya no desean “Feliz Navidad”, sino “Felices Fiestas”, así, de manera general, con lo cual borran el origen católico de esta celebración (está demostrado por varios eruditos, algunos de ellos no miembros de la Iglesia, que es falsa la tesis de que la Navidad copió la fiesta del Dios Invicto de los romanos, pues, entre otros argumentos, existe documentación que prueba que ya se festejaba el nacimiento de Jesús antes de la oficialización del culto natalicio solar).

“Felices Fiestas”, son palabras que se pueden aplicar también a la fundación de una ciudad (de hecho Quito lo hace en fecha equivocada desde el punto de vista histórico), al cumpleaños de una quinceañera, al recuerdo del patrono de un colegio, y así por el estilo. “Felices Fiestas” es un engañabobos que pretende ignorar el porqué de esas mencionadas Fiestas. Pese a quien le pesare, el día de la Navidad tiene un origen preciso e indiscutible.

El asunto se complica y agrava por la presencia de un fantoche inventado para promocionar una bebida, con una lejana inspiración en una imagen específica de un santo católico, san Nicolás. A ese viejo barbudo, con el paso del tiempo se le ha añadido todo un conglomerado de figuras folclóricas, con el fin de enriquecer su mito y volverlo más atractivo para los niños: taller en el Ártico, gnomos ayudantes, trineo y ciervos voladores, hasta una esposa miope o présbita, no lo sé… Y junto a ello, no podía faltar, una rica gama de canciones, ninguna de las cuales tiene que ver con la Navidad original.

Dejo de lado el consumismo, el derroche, las francachelas, formas embriagantes de olvidar la causa primera y nunca superable de la Navidad: el Amor. Bien valdría la pena, más allá de las palabras usadas, que cada uno de nosotros se empeñe, una vez en el año por lo menos, en demostrar con obras su amor al prójimo, sobre todo al que carece de pan, de abrigo, de, precisamente, Amor.