Padres tóxicos y líderes políticos

Gonzalo Ordóñez

Selena vive con su esposo, no tienen sexo, apenas cruzan palabra; al menos su hijo de 11 años quiere a su padre y se llevan bien. Alguna vez le dije que ella no era libre. Se enojó. “Nada tengo con él, solo compartimos casa, yo tengo mi vida”, dijo. A continuación contesté: “¿Puedes abrir las puertas de tu habitación a una persona con la que quieras intimar?”. Se sorprendió, bajó el tono de voz cuando me respondió: “Entiendo lo que quieres decir, no puedo tener mi propia vida, pero es complicado”.

Nicole es una mujer profesional, joven, brillante y particularmente original puesto que su orientación bisexual se expresa, de manera curiosa, a través de la forma en que se viste, combinando, por ejemplo, ropa masculina como un abrigo de hombre con unas botas blancas de plataforma. Un día tomábamos un café cuando de sopetón me dijo: “creo que me voy a declarar trans”.

Seguí con mi taza de capuchino, como si nada. Luego de un delicioso sorbito respondí: “Primero ve al psicólogo, resuelve el tema con tu padre y luego decide si cambias tu orientación sexual”. Con el tiempo fue a consulta con una psicóloga, nunca la escuché volver con el tema, sin embargo, pudo reconocer que se había estancado en su adolescencia; la razón, que sus padres, como tantos, utilizan el amor como arma, al igual que esos insufribles seres que timbran en domingo para anunciar verdades divinas y el temor a Dios. No pueden aceptar que su hija tenga su propio camino y una identidad diferente a la  prescrita por su moral religiosa.

Una adulta pidiendo permiso para salir, escondiendo su sexualidad, sin posibilidad de decir “hoy no vengo a casa voy a estar con la persona que quiero”, fácilmente fracasa en sus relaciones, como le ocurría con cierta frecuencia. En algún momento de la conversación comenté: “Ningún padre tiene el derecho, incluso si vives en su casa, a controlar tu intimidad, tus deseos y pensamientos”. “Es complicado” contestó.

Una amiga de toda la vida, a la que quiero mucho, se casó con alguien que le recordaba al hombre que siempre amó; para asegurar su nuevo compromiso y olvidar el pasado, entregó el control de la vida a su esposo, incluso compartían la cuenta de correos. Durante años la estrategia le dio estabilidad al matrimonio pero un día, su antiguo amor apareció, fue cuando cayó en cuenta que había perdido su intimidad y con ella la individualidad. No podía ni siquiera invitar un café, sin que un mensaje de texto informara en qué lugar se encontraba, a qué hora y con quién.

“Abre tus propias cuentas” —sugerí— “correo, bancaria; pon clave a tu celular, saca tu propia tarjeta de crédito”. La independencia le costaba mucho, su madre, una mujer extremadamente religiosa e insoportable aparecía en su cabeza, como abandonar un matrimonio al que se había comprometido. ¿Separarse?, “Es muy complicado”,  me dijo con tristeza.

No tengo nada contra la fe. Al contrario, a menudo rezo a mi mamá, hablo con ella para pedirle claridad en mi camino y protección para mis hijos, pero sí contra cualquier religión en el sentido que explica el historiador Yuval Harari: un conjunto de normas y valores que se sustentan en algo sobrehumano, como la divinidad o en algo más mundano como el nazismo, el comunismo, el liberalismo o un líder político.

Los padres, amarrados a la moral de una religión se vuelven autoritarios, creen que los escucha Dios y que su fe les hace inequívocos. En la política sucede lo mismo, cuando un grupo considera que su ideología es la verdad, consideran bueno y natural imponerla al resto. Los partidos radicales como Revolución Ciudadana, están convencidos que sus líderes son perseguidos políticos y que es moralmente necesario protegerlos, de forma similar a los padres autoritarios que describí.

La religión  no asegura que alguien sea  mejor persona. Por el contrario, es útil para justificar agresiones, autoritarismo y violencia de todo tipo, de la misma manera que la fe en un líder político no asegura el bien común. En realidad no es complicado desprenderse del autoritarismo; lo duro es tomar la decisión y enfrentarse a uno mismo.