El honor ajeno

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Carlos Freile

Desde que existe la elección de autoridades, los variados aspirantes suelen practicar el ejercicio de desprestigiarse unos a otros. En ese juego provocan con cierta frecuencia diferentes formas de lesiones del honor ajeno. Es más que sabido que la política adopta las formas y estilos de la guerra: se trata de aniquilar al adversario (se han dado casos de muerte violenta física) en sus capacidades y, muchas veces, en su honra.

En los viejos tiempos se propalaban rumores, los tan conocidos ‘se dice’, ‘se cuenta’, ‘se comenta’, las acusaciones iban de boca en boca; en Roma ya se pegaban pasquines en las paredes, después aparecieron las hojas sueltas impresas, los remitidos y los ‘intereses generales’ en los periódicos…. Como sabemos, hoy en día imperan las redes sociales; el dicho antiguo: ‘el papel aguanta todo’ se aplica como anillo al dedo a las masivas redes.

Lo que no ha cambiado es la credulidad selectiva: si el rumor se dirige en contra del candidato opositor no habrá dudas en aceptar su veracidad y en convertirlo en viral; si es al contrario, producirá indignación, repudio, respuestas airadas. En ninguno de los dos casos se tratará de averiguar la confiabilidad de las fuentes, su solvencia y veracidad. No se analizan los mensajes con la razón sino con la emotividad y con los intereses, punto este último digno de resaltar.

Se ha llegado al extremo de acusar a un opositor de ladrón y luego afirmar muy sueltos de cuerpo que el acusado debía demostrar que no lo era, contra las más elementales normas de la justicia (sucedió hace unos treinta años). En resumen, a unos y a otros, no les importa el honor ajeno, sabios e ignorantes siguen al refrán: ‘Cuando el río suena, piedras trae’.

No faltan casos en que se lanza lodo no solo contra el enemigo actual, sino contra sus parientes o coidearios ya difuntos, incapaces de defenderse, como es obvio; se ignora que también los muertos tienen derecho a la honra, en la política y fuera de ella, tema sobre el cual habré de volver, pues se trata de una de las peores bajezas a las que puede llegar un bípedo implume.