El futuro se percibe caliente

Los estímulos que se dan desde el Estado al sector privado, ¿tienen en cuenta, por ejemplo, temas como la sustitución de importaciones? ¿Tendrán impacto en la generación de empleos? ¿Serán productos competitivos en los mercados interno y el externo? ¿Qué porcentaje de sus insumos son de origen externo o del país?

¿Cómo afecta todo esto al bolsillo de los ciudadanos? El Gobierno, por supuesto, tiene algunas de las respuestas a estas preguntas. Su gestión económica y la mejora de las prestaciones sociales no parecen ser suficientes. No solo este tiene algo que responder, sino también las instituciones financieras que manejan el mercado. Tendencias proteccionistas externas están disparando el sentimiento de que es necesaria cierta autosuficiencia.

El costo de no actuar es mayor que el de actuar. La subida de precios y las expectativas a medio plazo de una inflación al alza están a la vista. El contexto, en efecto, no ayuda a la economía, pero eso no quita que esta busque por donde crecer. Y crecer bien, sobre la base de la expansión y la diversificación dentro de parámetros apegados a la realidad del día a día. Sobre todo, cuando se habla en voz alta sobre la crisis alimentaria global desatada con la invasión de Ucrania.

Los espectáculos politiqueros que se dan a diario y la tibieza de los poderes del Estado por ponerlos en donde deben, hacen que se pierda la confianza en los líderes. Esto es otro obstáculo más para que el país no vuelva a la senda populista, de izquierda y derecha, que lastra la búsqueda de respuesta a las preguntas iniciales.

La pandemia a escala mundial y el derroche populista supusieron un rápido y profundo descenso del nivel de vida de la mayoría de nuestros ciudadanos. El futuro se percibe caliente. Autoconocimiento, control y resiliencia podrían ser la fórmula para dar un empujón a la llamada economía social. Y dar fuerza al sentimiento de que tenemos un destino común.

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