De legiones y legionarios

Daniel Márquez Soares

La Legión Extranjera francesa es una reliquia de esa época en que las potencias necesitaban carne de cañón —más de la que sus propias sociedades generaban– para pelear guerras coloniales impopulares y existían masas de desesperados, de todo el mundo, dispuestos a atender ese llamado que los llevaría a México, Indochina, Argelia y un largo etcétera. No obstante, Francia tuvo siempre con sus legionarios foráneos la generosidad de concederles el estatus de soldados regulares; no eran tropas coloniales de segundo orden ni mercenarios o condotieros a los que solo se contrata para una tarea pero que tienen sus propios códigos y organización.

El colapso de los imperios europeos generó una nostalgia por ese antiguo orden viril y tradicional, sepultado por la modernidad, del que la Legión era parte. La figura y la obra de exlegionarios como Peter Scholl-Latour, Ernst Jünger, Arthur Koestler alimentó el mito; a ello se le sumarían películas y libros, desde ‘Beau Geste’ y ‘La batalla de Argel’, hasta la mismísima ‘León: peleador sin ley’ con Jean-Claude Van Damme.

Desde hace casi medio siglo que la Legión Extranjera es algo muy diferente, que sobrevive más por la tradición y por la propensión de toda institución pública a perpetuarse. Francia es una potencia militar de segundo orden, a lo mucho, e incluso sus escasas misiones militares trascendentales han recaído ya no en la Legión, sino en los cuerpos de elite regulares del Ejército, la Marina o la Gendarmería. Sus miembros son personas competentes y correctas, motivadas por un sueldo puntual y digno, y la posible ciudadanía francesa, y dueños de características cada vez más escasas en Occidente: capacidad de cumplir órdenes, no ser obeso ni drogadicto, dominio de varios idiomas, comprensión básica de la aritmética y la gramática; los mejores, pueden tornarse oficiales y emprender una carrera regular. Ecuador, con sus soldados de antes bien formados, mal pagados y dueños de ese sentido hispanomericano de la lealtad y la valentía, aportó números ciudadanos a ese cuerpo en los noventas y a inicios de este siglo. No obstante, hace mucho que la Legión Extranjera no protagoniza episodios como los de Camarón, Dien Bien Phu o Kolwezi que la hicieron famosa, desde hace lustros que sus bajas por accidentes en entrenamiento o en los días de franco sobrepasan de largo a las bajas en combate, y las misiones en las que toma parte son mezcla de abusivas palizas e intervención humanitaria, siempre bajo una tutela casi vergonzosa, hasta en los elementos logísticos más fundamentales, de Estados Unidos.

Creer que un par de contratos en la Legión Extranjera tornan a alguien experto en seguridad nacional es como creer que seis años manejando un bus vuelven a alguien capaz de rediseñar el sistema de transporte y movilidad de una metrópoli. Además, si se tratara solo de tener experiencia en combate, ni siquiera necesitamos apelar a todos esos ecuatorianos que han combatido por la primera potencia mundial; bastaría, para la experiencia que de verdad sirve en estos lares, con que desempolvemos a algunos exmiembros del antiguo Grupo de Apoyo Operacional o a aquellos compatriotas que por cosas de la vida terminaron peleando en el conflicto colombiano; no sería fácil dar con varios que han tenido más experiencia que regimientos enteros de las fuerzas europeas.

La fortaleza y lo verdaderamente importante de Jan Tópic no es su tiempo como legionario, sino su formación académica, su experiencia empresarial y, sobre todo, su fortuna — con la red que se deriva de ella—. De ello se debería estar hablando.