De amores perdidos y políticos corruptos

Gonzalo Ordóñez

Fue un amor como serie coreana, teníamos química, respeto mutuo, ternura y complicidad, pero algo en su pasado no la dejaba continuar. Había días que la pasión nos transformaba en lobos salvajes; otros, estaba en modo alfajor: dulce y tierna, pero su cuerpo se vaciaba de deseo. Una tarde caminamos tomados de la mano y le pedí que fuera a psicoterapia, que también lo haría por mi cuenta. Me dijo que no, sin más.

De allí en adelante todo fue a peor. Terminó dos veces conmigo, dos veces regresó. Me prometí que la tercera sería la última. Quiso regresar, de nuevo, con el corazón, el hígado, los riñones y todos mis órganos destrozados le dije que no.

Lo que vino después también fue una serie coreana, esta vez de suspenso. Sentí su dolor y su ira de todas las maneras posibles, finalmente llegamos a un acuerdo surrealista, algo así como una indemnización por mi traición, la de no continuar como pareja.

Recuerdo esto, a propósito de otra relación, con una mujer maravillosa e inteligente que terminó hace como un año. Una época familiar difícil con mucho trabajo y tantas otras cosas que provocaron el descuido de la relación. Harta, terminó conmigo.

Al poco tiempo regresó. Ella quería un plan de vida, una promesa de futuro, un deseo que me hubiera honrado cumplir, pero mi vida todavía seguía caótica. Le pedí paciencia, pero ciertamente era injusto para ella, así que terminó por segunda vez.

Acepté mi destino y me empeñé en seguir adelante, cuando llamó para decirme que se había equivocado. Una alarma se activó, una sensación en mis músculos, tendones, nervios; era el miedo a que el pasado se repita, una tercera separación y la venganza otra vez. Le contesté que no volveríamos. 

Reflexioné: me faltaba sanar y la culpa no la tenía la mujer de la serie coreana que tanto amé. La responsabilidad es toda mía. Se me hace muy difícil confiar y proyectar un futuro.

“Para orientarnos en el mundo, necesitamos saber dónde estamos y adónde vamos. Dónde estamos: en el mejor de los casos, ese concepto debe incluir un relato íntegro de nuestra experiencia en el mundo. Si no sabes qué caminos has cruzado, es difícil hacerte una idea de dónde estás. Adónde vamos: esa es la proyección de nuestro ideal definitivo, que no es para nada una mera cuestión de éxito, amor, riqueza o poder, sino el desarrollo del carácter que allana el camino de todos los resultados felices y previene los funestos”, dice Jordan Peterson.

Estimado lector, ¿se imagina la historia que se cuentan a sí mismos, los asambleístas, políticos y funcionarios corruptos? No puedo imaginar el relato que construyen de sus propias vidas. Seguramente, creen que el poder que les da la política, corrupción y dinero es la meta. Sin embargo, el carácter se forma en la relación con los otros, no en el aprovechamiento del resto. Hacer algo bueno, desinteresado por la familia, la pareja, el barrio, los amigos genera la tierra fértil para que el carácter florezca.

No es extraño tanta estupidez, egoísmo, maldad, mediocridad y violencia si los políticos no tienen amor por sí mismos, por la vida y los seres humanos que les rodean. Los resultados felices nunca serán individuales porque la felicidad que no se comparte es una tristeza disfrazada. La miseria y el ridículo de los políticos que bailan en TikTok proviene de su falta de carácter.

El Ecuador carece de una historia que integre las diferencias, líderes adulterados por el dinero, drogados por la falsa seguridad del poder, por ideologías radicales, destruyeron la posibilidad de un relato que nos lleve por la colaboración y los acuerdos. Debemos entender que las disputas de los políticos no son las nuestras, y construir un proyecto de futuro en el que podamos sanar de las heridas del pasado.