Están entre nosotros

Sofía Cordero Ponce

En la antigua Grecia, el cinismo se constituyó en una doctrina de pensamiento basada en las virtudes de una vida simple apegada a las leyes de la naturaleza y la razón humana. Se trataba de desafiar las convenciones sociales y poner por delante la libertad y autonomía del individuo. La crítica a la corrupción y los vicios de la sociedad griega se expresó en acciones y actitudes basadas en la excentricidad y la irreverencia. La ecuanimidad, el amor a la humanidad, la franqueza, el esfuerzo, formaban parte de sus valores. El cínico recurría al humor y la ironía para liberarse de falsas creencias y presunciones basadas en la riqueza y en lo material. Su actitud llevada al extremo, carecía de sentido de la vergüenza y el pudor. Su papel en la sociedad era demostrar aquello que debía ser cuestionado, para lograr la transformación de la sociedad. Pero el cinismo fue mutando con los siglos. Hoy el cínico no cree en la sinceridad, la franqueza, y menos aún en la bondad humana. Se expresa con ironía y recurre a la burla, pero ha abandonado la creencia en la libertad y autonomía del individuo. Ya no busca la transformación social.

Los nuevos cínicos están entre nosotros. Algunos planifican sus jugadas para controlar el crimen y los hilos del poder desde una piscina. Otros se vanaglorian de no tener posturas ni ideologías, y de poder pactar con aquellos a quienes dicen combatir. Sin valores, ni ideas, dicen representar a la juventud. Los cínicos compiten en elecciones, pero antes se aseguran de eliminar a sus contrincantes, se quitan las “basuritas de los ojos”. Cada día nos sorprenden por su capacidad de provocar admiración, porque son parte de una sociedad injusta, desigual, donde el ejercicio del poder sin límites está permitido. Los cínicos trascienden las fronteras, alzan su voz y logran ser escuchados. Fortalecidos, juntos, edifican las nuevas convenciones sociales basadas en la maldad, la desfachatez y la desvergüenza.