Corrupción

Por: Rodrigo Santillán Peralbo

Quienes sostienen que no existe corrupción en el imperio estadounidense se equivocan. Allí, como en todo el mundo, campea el más horrendo de los delitos, aunque se hace todo lo posible por no identificarlos plenamente, esconderlos o taparlos. Si es demasiado obvio, se termina en juzgados o con la obligada renuncia de las funciones desempeñadas por el corrupto. Existen unos diez países que aplican la pena de muerte a los corruptos, entre ellos, China, Filipinas y otros, pero la pena de muerte es totalmente opuesta a la mayoría de legislaciones nacionales y arduamente criticada por organismo defensores de los derechos humanos.

La corrupción es el más grave y detestable de todos los delitos porque roba, con descaro y amparado en el anonimato, a todo un pueblo y sin ninguna vergüenza, apremio o una pizca de dignidad. El corrupto se lleva todo lo que puede y siempre estará a la espera que haya más, porque es en extremo ambicioso, glotón, y, porque siempre está convencido y seguro de que a él o ella no le atraparán; es decir tiene la misma o similar psicología del delincuente común que se cree muy inteligente y que nunca irá a parar a la cárcel.

La corrupción ha sido un tema que no ha cambiado desde el inicio de la época republicana, que está muy arraigado en los sistemas de la administración pública. Existe una larga tradición de inseguridad jurídica y de jueces también corruptos que permiten el reinado de la impunidad.

Para el corrupto nada valen los mandatos constitucionales, leyes, normas jurídicas, peor aún los reglamentos, ordenanzas o cualquier instrumento jurídico. Solo le importa sus ansias de fortuna, la acumulación de riqueza y poder, la mezquindad de sus conductas y comportamientos. Sabe que siempre habrá tiempo para gozar de sus corruptelas.