Esos ‘amores contrariados’

Alejandro Querejeta Barceló

Del talento de William Shakespeare habla el hecho de que sus obras siguen sujetas a interpretaciones disímiles, a veces ajustadas a las realidades de culturas ajenas a la suya.

Son historias de ‘amores contrariados’, para utilizar el calificativo dado al argumento de ‘El amor en los tiempos de cólera’ por García Márquez. Amores en los que intervienen el azar, las circunstancias o personas, tornan difícil su concreción natural y necesaria; que concluyen felizmente o desembocan en situaciones en daños irreparables.

En la tragedia (‘Otelo’) y en la comedia (‘El mercader de Venecia’) los ires y venires de estos arduos amores, los han ‘vivido’ personajes que, con sus ideas, conducta y frustraciones, engrosaron la inmensa galería de tipos y actitudes dramáticas que han sobrevivido a los más radicales cambios de los últimos siglos en la escena teatral. Personajes ni mejores ni peores que los de otros autores, pero portadores de una actualidad única.

Los celos de Otelo son comparables a los de la Medea de Eurípides, pero los superaron en desgarramiento e intensidad existencial, así como en cuestionamientos éticos e irradiación espiritual. Celos consustanciales con la existencia misma del amor. Otro tanto ocurre con Shylock, en ‘El mercader de Venecia’.

Apunta Julián Marías: “Son todas las criaturas shakesperianas[…] tan pronto como empiezan hablar, sentimos que estamos asistiendo[…] no al drama que se desenvuelve en la escena, sino al drama que es el hombre”. Creíbles, verosímiles, sentimos a Yago en la intriga o Antonio en una indiferencia de evidente origen depresivo.

Shakespeare añade la intolerancia racial en estas obras, tal vez como reflejo de complejos problemas éticos que se debatían en la sociedad de su tiempo y hoy en la nuestra. Basta con leer las columnas que me acompañan en esta página para verificarlo. Quizás por eso José Martí llamó a Shakespeare “montaña humana”.

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