Raíces

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Saltan como pulgas

Nadie puede negar que al escritorio han llegado publicaciones de todo color, tamaño y contenido durante este año; publicaciones que en muchos de los casos nos han robado sonrisas, recordado nostalgias, generado reflexiones y grandes dosis de irreverencia, pero también explosivos e intensos arranques de desánimo y serios cuestionamientos por su calidad y encubiertos intereses. En definitiva, ha sido un año en el que han desfilado autores consagrados y noveles, editores viejos y nuevos en la profesión, editoriales conocidas y otras recientemente creadas, diversas empresas, imprentas, instituciones y universidades.

Tal ha sido la cantidad de publicaciones que se han producido en el 2007, que la memoria se confunde con el olvido, en varios momentos. Sin embargo, las grandes iniciativas (en la mayoría de los casos) se pierden en los inexistentes controles de calidad en aspectos que van desde el cuidado del formato, pasando por la edición de los contenidos, hasta la necesaria e ineludible corrección de textos. Esta situación, sin lugar a dudas, nos permite diferenciar entre cantidad y calidad, en un primer momento. Es decir, no es más grande un país por la cantidad de libros que publica, sino por la calidad que pone al servicio de la sociedad, aunque sean pocos.

Por otra parte, se ha dado un fenómeno en el que todos quieren estar inmersos: las famosas campañas de lectura. Y pese a que la idea es muy bien concebida (cimentar una sociedad de lectores); no obstante, los diagnósticos sobre la realidad son desconocidos y ausentes. Las campañas de lectura no contestan interrogantes, como las siguientes: ¿qué gustos y preferencias tienen los lectores?, ¿qué número de lectores hay en el país?, ¿quiénes son los actores más adecuados para escoger los libros que circulan?, ¿bajo qué criterios se escogen los contenidos?, ¿en qué medida participa la sociedad en estas campañas?, ¿cuál es el impacto de las campañas, que no sea otro que la compra y venta de libros? Preguntas que requieren respuestas urgentes… Urgentes, señores.

Como se puede ver, acceso a libros no es igual a incremento de lectores. Otro tema, dentro de este contexto, tiene relación con la calidad de lectores que se forman en las casas y en las instituciones educativas, pues no es lo mismo leer por cumplir un requisito que leer con la finalidad de crear un hábito… En otras palabras, alrededor del libro hay un cúmulo de planes, programas y proyectos por hacer. Pero, ¿cuándo comenzamos, si la era contemporánea ha sido catalogada como ‘Sociedad de la Información’.

Hace unos meses, valga el recuerdo, esta revista publicó en las páginas centrales un reportaje sobre la crisis de la lectura en Ecuador. Entre una de las conclusiones a la que se llega, es la inexistencia de diagnósticos al respecto. En este sentido, Ecuador es uno de los pocos países de América Latina donde no se cuenta con datos ciertos, sin embargo y de manera contradictoria se llevan a cabo grandes campañas. Para no darle más vueltas al asunto, es imperioso que se motiven lectores, luego excelentes contenidos y se socialice críticamente los libros, dentro y fuera del país.

Antes de finalizar, me viene a la mente una frase que solía utilizar una maestra cuando encontraba faltas de ortografía en cualquier libro. Ella repetía: “las faltas de ortografía saltan como las pulgas, pero a los ojos”… Que el próximo año, las pulgas salten menos o, mejor dicho, que no salten para los lectores, asimismo que las instancias educativas superiores no solo se preocupen por motivar, valorar y apoyar a los escritores, sino también que planifiquen para cimentar una cultura del libro, y todo lo que se deriva al respecto.

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Dineros y mentiras

Fabiola Díaz

Día a día, en cualquier momento, nos encontramos haciendo cuentas. ¿Cuánto tengo? ¿Cuánto me falta? Y el cálculo nos lleva a sumas y restas. De acuerdo a la teoría económica, el dinero es una unidad de cuenta que sirve como patrón de valor, sin embargo, entre el debe y haber se despliega un abanico de posibilidades de existencia.

El poseer valores, y el no hacerlo, han marcado líneas divisorias muy exigentes, no sólo en nuestro contradictorio siglo XXI. El tema del dinero y los caudales ha estado en el quehacer de los clásicos. Uno de ellos, Francisco de Quevedo y Villegas, quien vivió en Madrid en el siglo XVII (1580-1645), hizo honor al Poderoso Caballero Don Dinero. Esta poesía lo describe con elegante estilo irónico: “Madre, yo al oro me humillo/ él es mi amante y mi amado/ pues, de puro enamorado, de continuo anda amarillo/ que pues, doblón o sencillo/ hace todo cuanto quiero/ poderoso caballero es Don Dinero// ¿Era Quevedo un hombre de bienes y caudales? No lo era, sin embargo, gracias al trabajo de sus padres en la Corte, conoce de cerca las insidias, mentideros e hipocresía en que estaba inmersa la nobleza. Este contexto le permite enriquecer sus obras con audaces paradojas y un humor cargado de ironía: “Más valen en cualquier tierra/(¡mirad si es harto sagaz!)/ sus escudos en la paz/ sus rodelas en la guerra/ y pues al pobre le entierra/ y hace propio al forastero/ Poderoso caballero/es Don Dinero.

Quevedo es testigo de la época denominada barroca, la cual se caracterizó por su complejidad cultural. Se la sitúa alrededor del siglo XVII y responde a una crisis estructural de los ideales clásicos renacentistas: las obras de arte se atiborran con lujo de formas, lo caprichoso y exagerado ganan espacio.

La obra de Quevedo, paralela literariamente a la obra de Góngora, se ubica en el estilo literario barroco, pero frente al gongorismo o culteranismo de Góngora, su fina ironía permite que la historia le conceda el calificativo de conceptista, gracias a sus audaces paradojas y a las ingeniosas frases de su expresión poética. “Mal oficio es mentir, pero abrigado: eso tiene de sastre la mentira, que viste al que la dice; y aún si aspira a puesto el mentiroso, es bien premiado” , escribe en su poema Valimento de la Mentira.

Quevedo se debe a su época, en cuanto a su estilo literario; sin embargo, el retrato realizado al Poderoso Caballero Don Dinero no deja de tener su actualidad.

Nuestras vidas se entretejen fácilmente en estos temas, entre el dinero y la mentira: el primero, indispensable para nuestra convivencia diaria y la segunda nos permite mantenernos en el juego de las apariencias. El límite entre lo adecuado y lo inadecuado se encuentra en el plano de los valores éticos. Si permitimos que el Poderoso Caballero Don Dinero domine nuestras acciones, enfocaremos nuestro quehacer a su servicio, el amor, el honor, el respeto o la justicia nos parecerán conceptos ilusos. Si para convivir necesitamos a la Mentira y así aparentar lo que no somos, en el momento menos pensado caminaremos entre la bruma, sin saber hacia dónde vamos.

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, Francisco de Quevedo y Villegas
, Francisco de Quevedo y Villegas