Auge y ocaso del periodista

Dudas y rupturas

Con el calentamiento global el grave problema de la posible extinción de algunas especies animales se ha trasladado a las profesiones humanas. A esta misma visión se adhirió Ignacio Ramonet, director de Le Monde Diplomatique, en su disertación titulada “El periodismo del nuevo siglo”, durante las jornadas de reflexión acerca del poder de los medios celebradas recientemente en la Universidad de Valencia (España).

Contagiado por esa preocupación biológica del desastre, al comienzo de su conferencia Ramonet afirmó que “los periodistas están en vías de extinción.” Aunque el enunciado contradice el auge de las Facultades de Periodismo y el aumento de los alumnos registrados en ellas, la propuesta levantó enormes aplausos. La gente alaba lo que quiere escuchar, no hay duda, y el oficio de periodista suele ser visto por el público como una molestia necesaria, molestia que muchas veces se extirpa de la sociedad con los asesinatos y las censuras instituidas por los grupos de poder.

La predicción acerca del fatal desenlace de la labor periodística se describió a través de los cambios profesionales provocados por las nuevas tecnologías. Para probar el desagradable resultado, la conferencia se centró en demostrar los cambios en dos aspectos básicos: en el concepto de información y en su proceso de divulgación. Sin embargo, en las razones a favor de su tesis existen varios pensamientos errados o, por lo menos, incompletos. La pregunta básica es si se extingue la profesión de los periodistas, o si se ha transformado debido a las nuevas tecnologías. A nuestro modo de ver no hay extinción sino un proceso de adaptación por el cambio del escenario mediático.

¿Nuevo concepto de información?

Según el conferencista, dos son las señales que marcan esta nueva información. La una es que la comunicación absorbe las esferas de la información y la cultura, de tal manera que la comunicación, entendida como difusión y transporte, se dirige hacia la masificación cultural e informativa. La segunda es que la información se ha tornado superabundante y rápida, y su valor reside en ser una mercancía sometida a las leyes de la oferta y la demanda. Esto conduce a que “informar es esencialmente hacer existir a un acontecimiento, es decir, mostrarlo, situarse a un nivel en el que el objetivo consiste en decir que la mejor manera de informase equivale a informarse directamente (Ramonet).”

Pero la esencia de la información no ha cambiado, solamente el transporte. Que haya más petróleo, que la conducción por los tubos sea más rápida y que esté regida por las circunstancias del mercado, no cambia lo que se transporta, solamente hay situaciones diferentes en el modo de entrega hacia las refinerías. De la misma manera, la información, siendo la forma de un contenido, no ha mutado, solamente ha cambiado la disposición, el formato y la entrega de la misma a través de canales más veloces y con mayor capacidad de acarreo.

Los sucesos se aprehenden en forma directa o vicaria. La asistencia a los acontecimientos que nos muestra una pantalla de televisión, es una participación indirecta que nos remite a los mitos de la telepresencia y ubicuidad, creencia que supone poder estar en diferentes sitios a la vez y participar de ellos, pero ese contacto no es real sino simbólico. La información directa, aunque de suyo llegará mediatizada por los sentidos y restringida por los umbrales perceptivos, solamente existe cuando el perceptor es testigo de los hechos; en todos los demás casos está conformada, perturbada y transformada por la retórica del lenguaje mediático.

Asistir a un suceso por la televisión o los multimedios consiste en aceptar una información que ha sido procesada por la selección del encuadre, la perspectiva, el ángulo, la iluminación, el audio, el interés, la intención y la retórica propia del medio. Sin una presencia real de los objetos, esa asistencia es una representación alentada por los medios al convertir la información en espectáculo. La sangre de los conflictos bélicos no salpica en el rostro de los teleespectadores. Por ello, el enunciado “ver es comprender” resulta errado. Ver es solamente sentir y percibir. De tal manera que observar la caída de los cuerpos no nos conduce a la explicación de las leyes que actúan en ese fenómeno. Entender y comprender lo visto es asunto muy complicado.

El mayor y fácil acceso a la información, su rapidez y abundancia no implican que estemos más informados o comprendamos mejor, quizá solamente se refiere a que nos entretienen con una información sesgada, redundante, simplista y artificial, formas de censura para fabricar mentes de acuerdo con los intereses del mercado.

Un proceso en tétrada

Este nuevo mito del contacto o presencia con el suceso representado aparece en el análisis de Ramonet acerca del proceso informativo. Infiere que la relación triádica entre acontecimiento, intermediario y ciudadano ahora es dual, pues el intermediario ha sido suprimido por la cámara, quedando solamente el acontecimiento y el destino. Sin embargo, la relación de tres elementos, anunciada en la retórica aristotélica (quién habla, qué habla, a quién), hace tiempo que se lo describía como un proceso de cuatro elementos, pues había que incluir, en la información masiva, un medio encargado de difundir y soportar el mensaje informativo hasta llegar al público. La supresión del intermediario conlleva el fetichismo de que la cámara se opera sola y que la edición de los encuadres, las superposición de sonido y el lenguaje verbo-icónico son fruto de un “deus ex machina” que nos acerca el mundo sin la participación de un sujeto que estima el mundo, lo examina, analiza y ordena. Si hipotéticamente fuera posible suprimir al intermediario (periodista), la cámara con cerebro tendría que asumir ese trabajo que realizaba el reportero, pero careceríamos de una información de interpretación y solamente nos quedaría la de expresión, pues la máquina, hasta ahora, no hace una hermenéutica de los hechos.
La reducción fenomenológica presentada por Ramonet le lleva a afirmar que es “la instantaneidad lo que confiere valor a una información”, dejando a un lado la claridad, la veracidad, la validez y otras variables que han estado ligadas a ese concepto. Además, la instantaneidad en la información no existe, lo que aparece es la simultaneidad, lo que frecuentemente se ha dado en llamar actualidad. El instante es inasible, lo que se capta es un fluir de sucesos. El tiempo transcurrido entre el hecho y su recepción por una audiencia puede ser simultáneo o parecerlo, pero no son instantes de lo mismo.

Ramonet concluye que “es cierto que las nuevas tecnologías favorecen considerablemente la desaparición de la especificidad del periodista.” Al contrario, ¿por qué no declarar que amplían y cambian la especificad de la labor periodística? Si la mayoría de empresas, organizaciones e instituciones producen y divulgan mayor cantidad de información, el campo del periodismo se ha ensanchado. Las nuevas tecnologías han contribuido a amplificar el papel del comunicador y han creado nuevos medios donde realizar el oficio. Precisamente por ello, el periodista deberá prepararse en las técnicas de los modernos medios, aprender diseño, manejar programas de computación, distinguir entre lo superfluo de lo substancial, incorporar hipertextos y hacer amigables los accesos a la información. La llamada “extinción” del periodismo no existe, lo que hay es un largo y complejo proceso de adaptación a las transformaciones de esta situación particular en “la era de la información”, considerando además que la mayor información no conduce al conocimiento. Los periodistas que se adaptan pueden evolucionar, pero no perecen aunque sus hábitos y hábitat hayan variado por el calentamiento global de los medios.


  • Juan Manuel Rodríguez, español por nacimiento, ecuatoriano por adopción, docente del Colegio de Comunicación de la Universidad San Francisco de Quito, novelista y escritor. Correo-e: [email protected]