Chocolate ambateño con rostro de mujer

Por: Sabina Gamboa

Texto producido en el taller La Hora Lab

“Solo dejaste un retrato, una flor en el cuarto, una vela en el santo y una carta que decía adiós cariñito, adiós corazón”, se escucha de fondo esta canción por radio Centro. Son las 02:00, Carlita, Lorena, Mauro José y William inician su jornada. Estos hermanos, de 12, 11, 14 y 15 años respectivamente, no están conscientes que su madre, Doña Irene Villacís, les está transmitiendo lo único que tiene, el arte de hacer el buen chocolate. Años más tarde, esto será una tradición.

El mejor chocolate ambateño se elabora con cacao que llega desde la Costa ecuatoriana, este cacao es tostado, molido, aventado, ‘tzancado’, enfriado y batido. Todos los productores saben el proceso preciso, pero no todos saben llamar al viento.

“Ventuuura, vetuuura, ventuuuuuraaa”, era el canto que Doña Irene hacía en la esquina más ventosa de la calle Jorge Carrera, hoy un lugar urbanizado de la parroquia.

De manera artesanal aventaba el cacao para separar la cáscara de la pepa, para luego llevarlo en bultos a la única fábrica que existía en Huachi Chico y empezar 24 horas ininterrumpidas de arduo trabajo. Durante las madrugadas era fundamental que la pasta de cacao mantenga el calor y esperar que, durante el día, el clima sea el ideal para que las tablillas de chocolate tengan el color deseado.

Cuando caminamos por las calles de Huachi Chico es inevitable no percibir el aroma a chocolate.

Pero este aroma representa más que un rico producto tradicional, representa el esfuerzo de abuelas y madres que por más de 100 años han entregado su vida al arte de hacer chocolate para sostener a sus familias.

Después de incontables madrugadas frías, Doña Irene se fue con el viento, como muchas otras huacheñas, se fue sin ser consciente que nos dejó un legado para toda la vida, se fue sin reconocimientos, sin placas ni monumentos. Nos dejó para Ambato el aroma, el sabor que se siente en cada taza y con eso, tenemos bastante.