#AmorAnimal
Cada mañana, a las 05:30, Gonzalo Usiña sale de su departamento del barrio de San Bartolo a dar de comer a 33 perros. Acude con dos grandes bolsas que contienen comida y que pesan cerca de 40 libras.
Lleva arrocillo con hígado y restos de pollo. No tiene que caminar mucho, pues sus perros viven en diferentes puntos de la calle Teodoro Gómez De la Torre, en el sur de la ciudad.
La mayoría de los canes –cada uno tiene su nombre- proviene de la calle. Usiña los recoge y los adopta para que puedan disfrutar de una agradable existencia. Los baña y los lleva periódicamente al veterinario. Les pone vacunas, los esteriliza, los saca a pasear y les ofrece cobijo.
Visita diaria
La primera parada es en un solar abandonado y vacío, tan solo hay un par de árboles y el piso está repleto de maleza, en contraste con el gris del cemento que reina en todo el barrio. Chifla y al cabo de un instante tres perros salen corriendo a gran velocidad por su ración diaria. “También alimento a un caballo”, dice Usiña como si fuera una broma, pero vuelve a silbar y un hermoso corcel negro aparece cabalgando al galope: parece una escena extraída de cualquier manual de realismo mágico.
Su paseo continúa visitando un parque y dos almacenes, uno de cartones y otro de metales. En cada uno de ellos el ‘Encantador de perros’ -como muchos del barrio le conocen- construyó con sus propias manos unas pequeñas casas de madera donde sus canes duermen y se resguardan del frío. “Aquí vive ‘Chester’, aquí ‘Cafecito’, aquí ‘Tito’”, indica mientras nombra a algunos de ellos.